2008/07/25

Retórica de la disparidad. Fragua de la disparidad

Este texto lo escribí en marzo (y me lo publicaron en mayo en la revista HIKA), es denso pero me parece interesante traerlo... y como estoy de vacaciones y no avanzaré mucho este més lo podeis leer por fasciculos ;)
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Fragua de la Disparidad:

A menudo oímos hablar a la gente y a nuestros propios labios sobre igualdades, desigualdades, oportunidades y términos similares, aplicados casi siempre a la histórica disparidad habida entre sexos y/o géneros. A menudo ocurre que hablando con otras personas se repiten los argumentos hacia una u otra postura haciendo notar la opaca capacidad de observarse en las posturas ajenas y dando como resultado la inutilidad argumentativa de cada postura en contradicción con la de la compañera. ¿Tan diferentes somos para no poder escucharnos? Somos y seremos diferentes mientras sigamos educando en la disparidad, en la diferencia y, sobre todo, mientras nos regocijemos en esa diferencia.


Al plantear la cuestión de la diferencia entre sexos o, más bien, entre géneros sexuales hemos de plantearnos dónde radica el principio de esa diferencia que fluye hacia la dispar consecución de derechos y posibilidades en la vida de cada persona. Hemos de ser capaces de observar el proceso de desarrollo de nuestra propia existencia y de las demás para poder analizar en que lugar exacto podemos definir la diferencia y su consecuente disparidad.


En mi opinión, únicamente, pueden ser discriminadas las cosas que pueden ser denominadas de una u otra forma; es decir, solamente pueden ser discriminadas las personas u objetos que podemos clasificar y, a raíz de la clasificación, las que pueden ser portadoras de identidad, por lo que me parece de Perogrullo decir que la identidad es la base sobre la que discriminar. No obstante, es cierto que las identidades han tenido un peso importante a la hora de las reivindicaciones sociales que se han ido haciendo en la historia, las cuales, a su vez, han sido procesadoras de mejoras en los derechos de las personas. Es igualmente cierto que sin que las mujeres se identificaran como tal y reivindicasen la paridad de su personalidad grupal (o rol de género) a la hegemónica masculinidad no se habrían conseguido avances en este campo. Y es cierto, por tanto, que en este sentido la identidad ha creado bloques revolucionarios de lucha por la mejora de los derechos de las personas tanto en la esfera pública, como en la laboral o personal. Pero ¿es, entonces, revolucionaria la identidad personal o la identidad de grupo?


Haciendo un análisis superficial vemos lo positivo de las identidades personales que dan posibilidad a la generación de identidades grupales, que a su vez pueden ser generadoras de corrientes sociales de identidad por la equiparación de derechos a las personas de otra identidad. En nuestro caso, nos toca hablar de las identidades de género, pero es cierto que pueden ser otras como lo fueron las de clase que hoy dicen los expertos que han expirado, las de religiosidad o laicismo como contraposición que aun hoy en día siguen vigentes, las sexualidades que aun hoy, por desgracia, también siguen siendo motivo identitario. Como podréis observar, en las identidades que menciono (y en muchas que olvido) se han dado o se están dando luchas identitarias de reivindicación de la paridad con respecto a las identidades diferenciales contrapuestas a la suya propia. Son luchas en auge que están dando pasos de gigante en la garantía del respeto de sus derechos personales y grupales. Pero, no obstante, sin desmerecer el trabajo que hacemos las personas que militamos en esas luchas que somos muchas, sin negar el esfuerzo que hacemos día a día en la elaboración de un sinfín de propuestas, acciones y materiales para lograr la aplicación de nuevas leyes, conciencia social de problemáticas concretas, etc. hemos de ser críticas con nuestras propias posturas y analizar en profundidad los orígenes y consecuencias de las cosas que hacemos y reforzamos.


Si lográsemos ir un poco más allá en el análisis del origen de las causas por las que luchamos y si lográsemos ser un poco más críticas con ciertas cosas que reforzamos, a pesar de que no sea hecho conscientemente, pudiera ser que avanzásemos más o al menos más consecuentemente con la ideología que decimos defender. En este proceso de análisis, dejando a un lado la superficial argumentación en pro de la identidad, habríamos de tratar de desenmascarar lo que la identidad en sí encierra para sí misma y para las demás identidades. Habríamos de hacer un esfuerzo por ver qué quiere decir la palabra identidad o el verbo identificar y que efectos tiene sobre la conducta humana el hecho de tratar de identificar todo lo que se haya a nuestro alrededor.


Ahondando en la identidad de género que es la que me trae por el camino de la amargura en vista del cariz que está tomando la sociedad en este ámbito, pienso que pese a lo positivo que nos hayan enseñado a valorarlo, debiéramos tratar de “identificar” el mal que entraña el modelo identitario que ha sido desarrollado dentro de un sistema que insistentemente criticamos sin criticar la base identitaria sobre la que se cimenta. Es cierto, como ya he comentado, que las mujeres tras lograr una identidad grupal cambiaron mucho su precaria situación de disparidad con respecto la de los hombres, pero no es menos cierto que esa identidad, fuesen o no conscientes ya la tenían en el momento que pudieron ser identificadas como grupo por la identidad que las mantenía en la opresión, pues ya en ese momento se mantenía a todo ese grupo de identidad generista en unas funciones y condiciones sociales concretas, sobre las que más tarde harían su revolución identitaria. Por lo tanto, las identidades, tanto la masculina como la femenina que conocemos como las grandes únicas, no son nunca consecuencia de concienciación grupal oprimida, pues cuando alguien observa la necesidad de agruparse en grupos de afinidad por opresión, es decir, cuando toma conciencia de esa opresión, es porque ya pertenecían a ese grupo identitatario oprimido que en ese momento se enfrenta al hegemónico.


Teniendo en cuenta esto que voy comentando y como es evidente, y ya he puesto en relevancia otras veces, la nocividad del sistema dicotómico sobre el que se sustenta esta sociedad, es evidente que el sistema generista dicotómico es la base inequívoca de la disparidad entre sexos fruto, obviamente, de la capacidad de identificar como diferentes a las personas por unos rasgos físicos o actitudinales y comportamentales (todos los que se representan en los roles definitorios de la masculinidad y de la feminidad) que son asumidos por la educación continuista que recibimos las personas de uno u otro sexo.


Concretando: Las personas que por su físico o modo de comportarse puedan ser identificadas por terceras como femeninas o masculinas, obviando su sexo, serán incluidas en grupos identitarios concretos de mayor o menor rango según lo parecida que sea esa identidad a la que se asume como mayoritaria en las sociedades occidentales actualmente, pues es desde las que se teoriza y valora el resto del mundo. Pero incluso, incluyendo el sexo en los parámetros de análisis, los roles asumidos por uno u otro sexo serán recíprocamente generadores de disparidad, según los roles asignados a cada uno de ellos que sean similares o no a los asumidos mayoritariamente por quienes adoctrinan en moralidad y creación de identidad única y exclusiva.


Por lo tanto, la persona que mantenga su identidad conforme a la exigida a su sexo y reproduzca los roles asignados no tendrá mayores problemas, pues estará dentro de las exigencias sociales hegemónicas. Sin embargo, la persona que no asuma los roles asignados a su sexo, los cuestione y no los reproduzca, será fruto de una discriminación identitaria que propiciará una disparidad social en cuanto a derechos y posibilidades de desarrollo personal en todos los aspectos de su vida. Pero no será la concienciación de pertenencia a ese grupo discriminado la que cree la discriminación, sino la identidad hegemónica sobre la cual se valoran el resto de identidades sobre las que ésta ejercerá, como poder valorativo omnipresente, una clasificación identitaria en la que, siempre y todos los casos, será subyugada a la que es portadora del valor inicial y que será desde la que se compararán el resto de identidades.


Desde el momento que creemos y creamos la necesidad de identificar, se generan mecanismos de clasificación y subyugación de identidades que hoy en día siguen vigentes. Pero aun hay otro condicionante en la generación de estos mecanismos: El hecho es que la egocentría y la etnocrentría hace que el referente desde el que se valora sea uno mismo, como individuo o como grupo desde el que ejercer valor y definir el valor del resto; que, por mucho que nos disguste, no suele ser para darnos cuenta de lo malos que somos o las cosas negativas que hacemos, sino que exige como mínimo las características que posee para exigírselas después al resto de identidades personales o grupales.


Como conclusión personal, he de decir que opino que las circunstancias que en una época histórica pudieron hacer que el hombre tuviese acceso a cotas de poder que fueron negadas sistemáticamente a la mujer y siendo éste el ego-centro desde el que se valoró las relaciones y se valoró las acciones y obligaciones que fueron asumiendo las personas de uno u otro sexo, es el origen desde el que se crea una identidad ego-ísta sobre la que empiezan a crearse clasificaciones basadas en identidades sobre las que luego desplegarían sus garras las identidades más amplias como pertenencia a una país, una raza u otras, siendo la base común a ellas la diferencia de géneros que encarcela en dos sexos a las personas.


Generando Disparidad Generista:


Tantas y tantas veces lo decimos que parece que vaciemos de contenido el discurso, cuando realmente el discurso contiene la esencia en su ser y son las personas quienes con muchos de sus actos y actitudes crean situaciones carentes de coherencia con sus discursos. No es el discurso que versa sobre el origen reproductor de la disparidad de género el carente de contenido, sino las personas que tras analizar el discurso y, diciendo, que estando de acuerdo con los hechos que en él se relatan, no hacen nada para que no sigan reproduciéndose.


No le resultará nuevo a nadie el que yo diga que a niños y niñas se las diferencia desde antes de nacer, al preguntar al médico si es niño o niña, ni que el hecho de que los nombres tengan la exclusividad de servir a uno u otro sexo para no crear confusiones es parte también de una diferenciación que no hallo razón de que siga siendo. Ni que decir tiene que vestirlas de un color por su sexo o regalarle un tipo u otro de juguetes no mejora el panorama o el hecho tan estúpido de que a unos se les enseñe a mear de pie y a otras sentadas. Y, ya puestos, como también decía Beatriz Preciado, que se designe un baño u otro dependiendo de nuestro género y poniendo así en relieve la importancia de éste a la hora de mear o cagar, obviando que tanto un sexo como el otro tiene esas mismas necesidades sin que esté entre estas la diferenciación de espacios para satisfacerlas.


Para no resultarle extraño ni novedoso lo que estoy exponiendo, bastante delito tiene el que sigamos reproduciendo estos mismos patrones. A pocas mujeres se les ve entrando en los baños de hombres o viceversa si ese está libre, porque no son los suyos. Hasta que punto ha de llegar la paranoia personal de cada persona en cuanto al género que preferimos sentir dolor estomacal reprimiendo y reteniendo la micción a sentir vergüenza ante la llamada de atención de otra persona por utilizar un baño que supuestamente no se nos designa. Igualmente, para estar hablando de lo que tantas personas y con tanto acierto expusieron con anterioridad a mí que deprimente resulta que sigamos esperando que nuestra descendencia sea de un sexo u otro para aliviar el ego o la soledad personal de cada una. Creo que habríamos de pensar seriamente qué queremos al tener descendencia y, si en ese chequeo se aluden razones ego-ístas, pensar si realmente haremos bien teniéndola, pues la descendencia no desciende de nada ni nadie, es una nueva vida en la que habrá que fomentar el desarrollo personal por encima de nuestras insatisfacciones infantiles, por encima de las carencias que tuvimos en la niñez o de aquella frustración por lo que quisimos ser o estudiar y no alcanzamos.


El problema está en que es habitual valorar todo desde una misma, sin tener en cuenta al resto que son o que vendrán a ser, por lo que tampoco se considerará lo que ésa que llamamos descendencia querrá hacer con su vida y reproducimos de esta manera todo el compendio de estructuras educacoactivas que pudieron usar con nosotras.


Al no ser novedoso el proceso de generación de exclusividad de género en la infancia trataré de dar un paso adelante y saltarme todos esos pequeños detalles que son artífices de la futura disparidad y que han de ser tan pequeños que rara vez hacemos caso de ellos y los cuestionamos. Voy a hablar concretamente del momento en el que niños y niñas asumen por completo que la desigualdad entre sus gónadas que en la infancia pudieron servir para conocer la diversidad corporal y el disfrute sexual es preferente en esta sociedad, el momento también donde está tan asumida esa diferencia que niños y niñas que habían jugado juntas hasta ese momento deciden separar sus compañeras de juego, el preciso instante donde el género está tan arraigado que donde hasta ese momento no había una diferencia clara se crea una falla que aleja dos partes de un mismo mundo. El momento concreto en el cual una mujer entiende que es diferente al hombre, que su situación social es dispar a la de éste y que, por tanto, ha de buscar su lugar a expensas de éste. El momento en el que esas compañeras de juego con las que compartían tiempo en el recreo del colegio han de ser retiradas del lado de la paridad por su género.


Un Enfoque Dispar para un sistema de Género Sin Sentido:


Como estaba diciendo, pese a que en la niñez no haya grandes abismos entre ambos sexos, estos se van generando a raíz de las reproducciones que hacemos de nuestras propias vivencias, evidenciando a veces cosas que de por sí no son innatas a la infancia y que, si no reforzásemos, no llegarían a desarrollarse como disparidades. Ese momento al que hacía referencia y que siempre me ha sorprendido por encima de muchas otras cosas es el momento en el que la capacidad de concienciación de grupo de las mujeres lleva a crear en la pubertad, o posteriormente, grupos o asociaciones feministas y esa misma capacidad para negar la entrada a hombres por su género o sexo.


Resulta indudablemente curioso que siendo al revés se aludan motivos educativos machistas, heteronormativos o tradicionales, pero nunca cuestionemos el hecho o el porqué siendo en esta otra dirección no son objeto de cuestión y se aluden argumentos de necesidad de espacios. Estoy completamente de acuerdo en que en una época, mayormente en los comienzos del movimiento feminista, podían hacer falta estos espacios, pero me parece completamente carente de sentido hacer alusión a esto entre niños y niñas que están estudiando por igual, que tienen espacios comunes e individuales sin distinción de sexo, o al menos sin una distinción magnánima como podría ser la de aquellos tiempos que nunca fueron mejores.


Como ya dije previamente habríamos de ser un poco más críticas con nuestras actitudes y nuestras propias acciones cuando nosotras mismas, luchadoras de la paridad entre géneros y otras que, dando un paso más, creemos que mejor sería cargarse el género de una vez por todas, estemos reproduciendo los patrones identitarios de un sistema que, incluso cuando creemos estar criticándolo, reproducimos para uno u otro lado, pero siempre al son de la identidad, la diferencia y su consecuente e inalcanzable disparidad.


(31/03/2008)

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