Dieron la una, pasaron las dos y las tres. Seis horas aguardé pacientemente hasta que al fín cruzamos nuestras miradas. Tu rostro enteramente redondo, enrojecido por la hora, me observaba. Me encontraste inmobil, casi indefenso, a punto de alejarme desesperado por la tardanza. Sabes que soy una persona paciente, pero en el norte no es facil y, aun así, quedé contigo. Al fin, pese a la peliaguda y fría temperatura, me permitiste verte; desnuda, parecías avergonzada. De hecho te ocultaste, no fueron más de treinta segundos los que permitiste que mi sueño, aquella noche, fuera cumplido.
Aun así, eras consciente de que te aguardaba ansiosa pues verte me traía el reflejo de sus ojos clavados en tí, como ayer noche sentiste los míos. Realmente deseaba, entre todas las cosas, verte ocultarte, cual amante furtiva.
No fueron más de treinta segundos, los que te alzaste llena en el cielo, enrojecida, majestuosa. Te ocultaste orgullosa pues llevabas toda la noche tejiendo muy fino. Lograste al fín reunir en tí todas las estrellas para, al fin, poder reunirte con el amante sol, tu premio merecido .
Tú lo lograste. Sin embargo, yo me quedé sola, una vez más mirando al cielo y recordando sus ojos, cariñosos, como una amante no correspondida.
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