2008/09/23

Dragpeerismo: El Valor del Matiz (III)

Siempre hablamos, al menos en los círculos que tratamos temas de sexualidad o género, del valor de la igualdad, o mejor expresado, de la paridad. Pero muchas veces, cabría pensar si no sería más interesante que lo enfocaramos desde otro lado. Parece obvio, para algunas al menos, que cuando hablamos de igualdad no lo hacemos de ejercitos de autómatas de similar aspecto físico y pensamiento sobre el mundo, sino de personas que tienen los mismos derechos y oportunidades de desarrollar habilidades sociales que envolverán sus vidas y las de quienes les rodean.

Por eso, cuando hablamos del desarrollo de habilidades que conlleven a una paridad social que, trascendiendo sexos y géneros, abarquen a toda persona que en ese coletivo se halle. Hablamos de personas con pensamiento crítico y valores empáticos que hagan posible una comunicación fluida entre ellas a fin de poder desarrollarse tanto como individuas tanto como colectivo, en haras de un valor común. Sin embargo, al tratar de desarrollar un discurso fundamentado en estos valores de la izquierda, a ésta se le suele (o se nos suele) olvidar uno o varios aspectos importantes con los cuales suele quedar a medio recorrido el camino que debería hacerse hacia la paridad.

Por un lado, primero, el "yo" (ese yo personal de cada una) y ese "nosotras" (ese nosotras común pero afín al "yo" de unas cuantas); esas dos calicaturas unipersonales o colectivas que pueden ser creadoras de discurso por las circunstancias sociales que les hayan llevado a ello, pero que siguen fundamentadas en el egocentrismo y la egolatría personal, y en el etnocentrismo, eurocentrismo, xxxxxcentrismo que suele crear el discurso colectivo que no mira más allá de los intereses de una pequeña clase aristocrática (fuera parte de cómo se defina el grupo). En este primer punto, me refiero al discurso elitísta que se produce en muchos ámbitos, que disfrazado de igualitario inunda las calles, los estudios y los trabajos.

Extrañas circunstancias en las que para una pequeña artistocracia o élite se crea un espacio burbuja, un espacio físico o temporal, en el cual la clase "protegida" se siente segura y reconfortada. Un espacio en el que la pequeña aristocracia, ese petit comité, tiene una serie de privilegios respecto al resto; proferidos por sí misma o por un gobierno paternalista que cuida de sus fieles ovejas, para que nunca tengan que enfrentarse a los lobos, pero sin quitar a lobos de en medio, sino arrinconando y marginando a sus ovejas y enseñandoles a comunicarse entre ellas en los espacios protegidos. Por supuesto, siempre escudandose en la promulgación de la igualdad, para lo cual ceden espacios discursivos donde "empoderarse".

Sí, normalmente entendemos la élite únicamente como las personas que son dueñas y señoras de la vida del resto, ese ente privilegiado que está por encima de nosotras, en ámbitos de decisión y gobierno, pero yo no hablo de esa gentuza corrupta, al menos hoy no.

Por otro lado, tenemos una segunda problemática en la generación de discursos motivada por esa egolatría personal o grupal, de la que no nos permitimos escapar. Este segundo problema consiste en pensar en las categorizaciones que damos a las ideas que exponemos y que lanzamos al resto. Por lo general, estas ideas se convierten en aserciones o negaciones categóricas de la realidad social que nos envuelve, la que nos rodea. El problema, concretamente, está en exigir al resto que desarrollen mentes críticas, cuando nosotras en muchas ocasiones, en la creación de estos discursos, no damos pie, ni al resto ni a nosotras mismas a hacer críticas de estos; dejando la capacidad crítica para el único momento de la creación del discurso y perpetuando ese discurso sin revisión, por los siglos de los siglos. Es decir, hacemos doctrinas de aserciones o las negaciones, ascendiendolas a aserciones o negaciones categóricas e inamovibles. Tratamos durante la ardua elaboración de los discursos de no cometer errores que terceras personas o colectivos puedan echarnos en cara, zanajando de una vez por todas, de un modo incomprensible la ambiguedad y la posibilidad de matizar respecto a esas mismas ideas, zanjando por tanto la capacidad crítica de la que haciamos gala.

Crasso error. Al igual que es un gran error valorar el discurso de otras personas o colectivos entiempos y circunstancias diferentes a las que les dieron origen.

Malo me parece, por tanto, el no dejar lugar a revisiones y matices, y no dejar abiertas nuestras mentes a posteriores nuevas modificaciones del discurso. Pero igual de malo me parece obcecarse en mantener un discurso creado desde la realidad unipersonal o unigrupal cuando otras personas pueden darte claves de realidades diferentes que desarrollen tu discurso mucho más allá de loq ue sin ayuda habías podido desarrolar; únicamente por no reconocer que no todo el saber se hallaba en tí, en vosotras.

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