Realmente todas las cosas guardan su lógica, no tenemos más que ponernos a buscarla. En una sociedad como la nuestra la discriminación ha sido uno de los valores que más discursos coherentes ha creado, podremos observarlo en el tiempo que lleva el discurso segregacionista en vigor en las acciones del día a día de una gran parte de la sociedad.
La discriminación la podemos observar en los puestos de trabajo, en el hogar de cada cual, en las relaciones intergeneracionales, en las relaciones sociales, en el ocio, es decir, en todos los ámbitos y espectros de la vida y, aún hoy, se mantiene en vigor. Obviamente, han de ser discursos muy lógicos y coherentes, puesto que si no las personas inteligentes rechazarían sistemáticamente las acciones y actitudes discrminatorias como parte de la sinrazón y necedad de una minoría social. Sin embargo, la experiencia de cada una nos muestra que hasta ahora no viene siendo así, sino que se le da cancha a todo discurso heteronormativo como discurso referente por el cual han de regirse los valores de las personas. Con lo cual, da por pensar que el discurso debe ser muy coherente y, por tanto, digno de ser reproducido.
Las discriminaciones, como cualquier actitud que se reproduce en los actos cotidianos de cada una de las individualidades sociales que conforman la comunidad, son procedimientos asimilados desde un principio en la niñez, mediante los mecanismos educativos que mantenemos tanto en lo familiar como en lo escolar. Por tanto, una vez interiorizados ciertos conceptos sobre "las mujeres", "gays y lesbianas", sobre "transexuales", sobre "negros, rojos o amarillos", es decir, sobre todo lo que no sea ese pellejo que recubre todo alrededor de nuestro ombligo blanco y heterosexual, asimilamos que es indigno de ser categorizado a nuestro mismo nivel, por lo que lo prejuzgamos como inmediatamente inferior a lo normal; a todo lo normal que aspira ser la heteronormatividad.
Resulta curioso, en la escuela se trata de enseñar al alumnado que todas las personas son iguales y no han de ser tratadas como no les gustaría que les tratasen a ellas mismas. Pero, sin embargo, en la calle se reproduce un discurso y unas actitudes segregacionistas. La ingongruencia entre el discurso para adultas que, supongo, debieramos asumir como propio pues así nos lo enseñaron nuestras ancestras, y el discurso que tratamos de hacer entender a las siguientes generaciones; crea entre ambos un vacio, es decir, crea un vacio entre discursos que se refleja en las acciones del día a día de una sociedad diezmada y, a su vez, reproductora, de cuantos valores deshecha en la educación de sus hijas.
Realmente no deja de ser otra cosa, más allá, del miedo al cambio, a lo que no hemos conocido en propia experiencia. Mentes y personas sin mayores visos de solidaridad que echar una moneda a la salida de la iglesia. Personas ellas que no entienden, ni hacen por entender, el significado y el poder de las palabras empatía, paridad y lógica social. Para ellas la lógica no abandona la egolatría vivencial de cada una de ellas. No aspiran a más, no quieren darse cuenta; no aceptan crítica ni se molestan en hacerla a sus propios discursos, métodos ni acciones. No es más que el miedo al cambio, el miedo a que sus hijas se nieguen a ser víctimas de una sociedad represora. Quieren, caiga quien caiga, que sigan los pasos de sus progenitoras.
Estos últimos años han muerto a razón de 70 mujeres a causa del machismo que impera en esta sociedad, innumerables personas transexuales a causa de la transfobia que emerge de las mentes más recalcitrantes y necias, muertas y agredidas han sido personas que por su sexualidad disidente, parecían poner en tela de juicio la normatividad de la heterosexualidad. Muertes, todas ellas, que no alientan más que la sinrazón social que sigue y seguirá existiendo salvo que hagamos un esfuerzo por el cambio.
Debería darse cuenta la sociedad y, especialmente tú que estás leyendo, que esa mujer asesinada a manos de su pareja heterosexual es tu pequeña hija que hoy educas en valores desiguales respecto a sus compañeros de clase; ese gay, esa lesbiana, esa persona bisexual, transgenero o transexual, pese a que por tus ideas retrógradas puede no habertelo dicho pues no has fomentado un entorno de confianza y comunicación en tu hogar, puede ser tu hijo o hija que mañana acabe muerto o muerta, en la salida del trabajo, en el pasillo de su instituto. No, la mía no (puedes estar pensando). Sí, la tuya también, porque es tu trabajo como familiar y educador, al igual que el mio como profesora, al igual que el mio como agente social del cambio, el fomentar actitudes y valores que generen esa empatía, paridad en las que se base una lógica social de convivencia.
Aunque sea por egoismo, únicamente porque quieres lo mejor para tu hijo o hija, para tu sobrino o sobrina, dejale ser lo que quiera, permitele sentir y compartir esos sentimientos contigo. No prejuzgues su vida, porque decida vivirla de un modo diferente a como tú la has vivido.
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