2009/06/09

Cuando Vernos Reflejados en el Espejo nos Asusta

En aquel país vivían unos seres endemoniadamente iguales al resto. Tenían dos ojos, una nariz, su boca, bello en su cuerpo. Vivían en casas de cuatro paredes y un techo, con cocina, baño, uno o varios dormitorios, vamos, como el resto de los países del mundo. Eran, como decía, iguales al resto. Eran tan sumamente iguales que en su país tenían su idioma, su himno, su folclore, sus instrumentos musicales, sus cantautores, escritores. Sus propias costumbres. Eran tan iguales al resto que en lo que al deporte respecta, a pesar de tener sus propios deportes autóctonos, el más seguido y subvencionado era el fútbol, vamos, como en la mayor parte de los países del mundo.

Imaginaos que el tiempo lo repartían en años de doce meses, meses que tenían cuatro semanas de siete días cada una. Las vacaciones de las más pequeñas habitantes del país eran en verano, con le calor y el sol. Tiempo que en su mayoría, el resto, se lo pasaban trabajando. Los fines de semana tenían dos días que se solían usar para el descanso. Las unidades más pequeñas de tiempo las medían en días que se dividían en horas; que a su vez podían diseccionar en minutos o segundos. Como veis no era diferente al resto. De hecho los habitantes de este país no vivían ni más ni menos que los del resto.

Era un país normal, pese a que para sus habitantes fuese el mejor país del mundo; en éste también había gente con más y gente con menos, pobre y no tan pobre. De vez en cuando robaban o agredían a alguien; incluso, algunas veces se oían casos de violaciones o secuestros. Un país normal, ni mejor ni peor que el resto.

Me supongo que en el resto, al igual que en este, las infantes serían las que tenían los sueños en sus labios, en su mente y en sus pasos; y, que al igual que en este, al crecer, la espontaneidad, la capacidad soñadora de un mundo diferente y fantástico se iba perdiendo en cada tropiezo de las torpes piernas que nos sostienen. Sí, diría que era un país más. Pero no más ni menos bueno que los demás; simplemente uno más: el mío.

El problema venía siendo cuando al ser el país de alguien, el de una misma, parece que tenía que ser mejor que el del resto. Parece que fuera imprescindible compararlo. Parece que el propio tiene que ser más grande, más belicoso, más hermoso, más soleado o, en su caso, lluvioso. Siempre ha de ser más, no uno más sino más en comparativa con los demás. Pero, no, simplemente, pesase a quién pesase, era uno más. Con su idioma, su cultura, su historia propia, no ajena al resto pero propia.

En fin que me pierdo con descripciones. Decía que era un país tan igual al resto que no podían, al igual que hacían en el de sus vecinos, dejar de compararse con ellos, sin darse cuenta que el dar sostenibilidad a esa actitud recíproca, todavía se convertían en más similares.

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