Abrí los ojos y allí estaban; dos soles azules, inmensos, que me deslumbraban con su viveza y entusiasmo. Oí sonidos familiares, la voz que, en seguida, uní a aquellos ojos celestes, brillantes. Algunos de los sonidos eran poesía en mis oídos. Podría ser porque rimaban o porque eran sonidos finos. Me hablaban con una delicadeza tal, que parecía que las palabras que esbozaban sus labios fuesen capaces de destruirme, como sin tan delicada fuese. En el fondo, aunque una voz suave en un principio resulta agradable, puede llegar a parecer que te están tratando como a una ignorante.
Además de esos dos soles celestes, inmensos que me observaban con una energía tal que llegaban a deslumbrarme, había millones de astros a su alrededor que aunque lejanos, eran brillantes, cada uno con su particular brillo y color. Había sonidos que se amontonaban en mi cabeza, provenientes de cada pareja de astros que me observaban como si a cada momento podría ser o fuera a hacer algo nuevo. Yo era la misma. Estaba allí al igual que ellas, pero estaban lejos y no atinaba a distinguirlas con nitidez.
Pero, sobre todos los astros del universo que me rodeaba, estaban esos dos soles azules, calurosos, vivos, que de cerca me observaban. Sentía su calor a mí alrededor, casi como un susurro de cariño que trasmitían dos de sus rayos de luz clara que me envolvían. Sentí su abrazo. No era cualquier abrazo, yo lo sabía, ella también; supongo que por eso me abrazaba de tal manera.
En mi cara podía sentir, mientras sus dos firmes y seguros brazos me abrazaban, que el resto de dorados y finos rayos me trasmitían su calor, como un cosquilleo. Eran rayos dorados de formas rizadas que manaban desde alrededor de esos dos soles azules, para unirse a mí en ese agradable gesto.
¿Qué podría estar pensando para mirarme con tanto ahínco? Esos ojos que me llenaban de calor, cariño y ternura, parecían llenar mi vida de expectativas. ¿Pudiera ser que me librase de ese lastre que cargaban al resto de recién nacidas?
Esos hermosos ojos azules, inmensos y radiantes como soles, eran el destello de la seguridad que me ayudaría a dar mis primeros pasos en esta vida. Eran los soles que alumbraban mi camino. Lo sé, porque me transmitían esa seguridad. Esa tranquilidad que te da el saber que no serás juzgada, sino ayudada, durante el aprendizaje que resulta ser la vida. Esa mano amiga que te abraza siempre que lo necesitas y te da las herramientas para vivir de un modo independiente tu vida. Esos labios sensibles que te susurran cosas hermosas al oído y te remarcan los errores que pudieras cometer en el camino a tiempo, para poder subsanarlos.
Las adultas suelen pensar que no nos damos cuenta. Nos suponen tan ignorantes como para no saber lo que queremos o necesitamos; pero, en gran parte, se confunden. Lo sabemos. Yo, tal y como os narro, lo sabía. Pues en aquel preciso momento, yo, supe que en mi vida nada de eso me faltaría, porque esos ojos clavados en los míos, esos labios que recorrían mi pequeño cuerpo, ese suave y fino sonido que endulzaba mis oídos; las manos que me sostenían y abrazaban y aquella hermosa melena rubia y rizada que cosquilleaba mi cara, me dijeron, en unos pocos minutos, que me darían la oportunidad de ser quien quiera que eligiese ser, que tendría su apoyo y comprensión, que tendría, por supuesto, la ayuda que precisase y mucho amor.
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