2009/11/10

Vientos de Cambio

En lo alto de una loma que no hacía muchos meses había sido arrasada por un incendio, había brotado un joven esqueje de roble, un esqueje de la rama de un antiguo y sabio roble centenario. se hallaba triste y solitario en la cima ennegrecida por los restos del ollín del pasado mes; un roble joven pero frondoso, lleno de vida y hermoso. Este joven roble traía consigo el legado de la sapiencia de su antecesor aunque, por desgracia, parecía que ese saber habría de morir con él, pues a su alrededor no quedaba nadie con quien compartirlo ni con quien ampliarlo.

Este hermoso y joven roble, lleno de hojas verdes revosantes de vida, estaba lejos de cualquier robledal con quien poder charlar; demasiado lejos de su entorno natural. Las circunstancias de la vida parecían querer que su vacío se ampliara y su soledad le ahogara pues de entre las cenizas parecía no querer brotar nada y, donde nada brota, no se acerca animal ni ninguna otra forma de vida. Su soledad era infinita en aquel oscuro y desolador páramo.

Sus aun cortas raices estaban lo suficientemente enterradas en la tierra como para no poder desplazarse hacia un lugar donde su existencia pudiera valer para algo más que para estar. Solo. Astío. Sin utilidad alguna para nadie que le rodease, pues nadie lo hacía. No había vida y donde no hay vida no hay nada ni a nadie que enseñar. Su vocación le era tan inutil como inutiles le eran las raices que aunque le aportaban alimento no le dejaban escapar hacia delante, hacia un lugar donde encontrarse a sí. Raices que por semanas se enterraban y esparcían y más buscando nutrientes bajo la quemada tierra. Busqueda que le encarcelaba en unos barrotes de soledad.

Tras esos meses las verdes y vigorosas hojas, con tanta preocupación e impotencia como sentía nuestro roble, se habían convertido en ocres, marrones, amarillas y, sobre todo, déviles. Se le iban cayendo una a una. El joven roble veía llegar el fin de sus días. Hojas verdes que podían haber guarecido a pajaros, ardillas y gusanos, inutiles sele caían ahora. Bellotas que podían haber provisto de comida a esas mismas ardillas a hormigas y a marranos. Ese tronco que en algún momento pudiera haber dado sombra a transeuntes o cervatillas en estado. Ese tronco que ahora parecía aletargarse ante el frio que snetía en su interior. El vacío parecía consumirle por completo, pues el frio se apoderaba poco a poco de todo su ser.

Un frio glacial cual témpano de hielo terminó por dejarlo completamente sin hojas, cubierto de un manto blanco cortante cual guadaña en cuello ajeno. El roble exaló su último suspiro.

Pero el tiempo pone todo en su sitio. El frio del invierno fue calmandose dándole paso a la cálida y floreciente primavera. Las hojas del peredne árbol volvieron a brotar, sus ramas y tronco habían crecido. A su alrededor, las nieves en deshielo alejaban los rastros del negro pasado, dejando lugar,una vez más, a nuevas plantas y flores. Nuevos colores, nuevos olores, nuevas sensaciones... Los animales se acercaban a comerse las flores y matos de alrededor y llegaban hasta el roble. De esas hojas caidas, putrefactas había brotado el resto de las cosas que le rodeaban... de los frutos caidos que no habían servido de alimento a nadie, germinaban nuevos esquejes de jóvenes robles que podrían dar lugar a un nuevo robledal. Un robledal. Un deseo hecho realidad para nuestro roble.

Con las lágrimas derramadas regaremos las semillas que harán germinar algo más fuerte, más decidido y más sano... una nueva y diferente vida. Una vida util en sí misma.


No hay comentarios: