2009/06/19

La Isla de Sierta


En un inmenso océano llamado Plastífico, de un azul turquesa con reflejos rojizos y anaranjados al atardecer, había una isla de sierta. Bueno, no creo que pudiéramos llamarla así, porque salvo la arena de la playa que la rodeaba; el resto, estaba cubierto por una espesa manta de árboles de muchos tamaños y formas; rica y alta vegetación; un riachuelo de agua sulfurosa que manaba de lo alto de una escarpada montaña que lucía noble en el centro de tan peculiar isla. Era un agua amarillenta que, por curioso que parezca, daba vida a la vegetación que poblaba la isla, dándole a ésta, la posibilidad de alimentar a las especies que en ella habitaban.
Vivían en ella, además, pequeños seres que no se diferenciaban entre sí salvo por su color. Eran de colores apagados, parecían lánguidos en una isla de vivos colores: Verdes, naranjas, rojos, azules, amarillos. Miles de colores cohabitaban en la isla, pero sin embargo, los colonos de la isla parecían no contagiarse de ellos y permanecían con sus tonos apagados, malhumorados y envidiosos los unos de los otros. Siempre serios en un mundo de colores y sonidos alegres.

Estos colonos que habitaban malhumorados en la isla de Sierta en mitad del Océano Plastífico, estaban gobernados por una monarca llamada Sierta que convertía a la isla en la Isla Desierta del Océano Plastífico. Ella era la dueña de todo y así se lo hacía saber a las habitantes de distintos colores que se organizaban por regiones a las que les daban el color de su piel, teniendo regiones amarillas, rojas, blancas, negras… pero sin ser tales, pues sus lánguidos y descoloridos colores, no eran ni blanco, ni negro, ni amarillo ni rojo, sino más bien una mezcla de ellos, pero mal definidos. Sierta, para que no olvidasen nunca lo importante de su existencia, vivía en lo alto del monte donde nacía el río y dominaba su caudal a su antojo. Haciendo grandes fiestas en el centro de la isla, para que sus habitantes se divirtieran y para que no la quitaran ojo.

Era una isla pequeña, con demasiadas regiones y demasiados habitantes, con una gobernadora que hacía y deshacía según los cambios de humor y apetencias de cada momento y, siempre, en único provecho de sí misma. Pero al resto de descoloridos habitantes parecía no importarles y hacían lo que ella mandaba, esperando siempre la siguiente y sonada fiesta de Sierta.

Fue pasando el tiempo y, poco a poco, las pequeñas personas de lánguidos colores fueron necesitando más espacio, hasta llegar a sobre poblar la isla, mezclándose las regiones, los colores, las costumbres de cada zona. Llegó un momento que pese a que había regiones políticas en la isla pues así habían sido concebidas, no había diferencias reales en cuanto a la población que en estas habitaba. Y, llegado ese momento, empezaron a cuestionarse las políticas absurdas que, repentinamente, no encontraban sentido alguno. Sierta, sin embargo, se mantenía en sus trece, es decir, en decir que había diferencias, pues sin ellas tampoco habría razón de pensar que alguien pudiera estar por encima ni gobernar a las otras.

Así las cosas, los lánguidos y malhumorados habitantes de Sierta empezaron a no envidiar tanto lo del de al lado, a no desear ser más, pues Sierta no era más ni menos, sino Sierta y ya se habían empezado a dar cuenta de su mezquindad y egoísmo. Por lo que empezaron a hablar entre ellas, a discutir sobre los problemas de unos y otros, llegando a la conclusión de que eran los mismos. Empezaron, pues, a buscar soluciones a los problemas comunes entre los que, antes o después, aparecía siempre el nombre de Sierta. Y empezaron a criticar el sistema que Sierta había diseñado minuciosamente para sí, es decir, para que ella nunca tuviera que abandonar el poder.

Por tanto, cuando los lánguidos y multicolores habitantes se pusieron rojos de ira y empezaron con manifestaciones, los reprimió a golpes. Con lo que muchos, por miedo, dejaron de manifestarse y, otros muchos, por no llegar a conseguir lo que querían en sus reivindicaciones, lo desecharon como sistema inútil. Cuando los habitantes, negros de hastío por la situación en la que vivían, trataron de cambiar de región y ver más mundo del que estaban acostumbradas, Ella mandó devolverlos a sus originarios pueblos, para que no pudieran ver la situación del resto ni hablar ni reunirse con sus iguales. Cuando… ella estaba allí.

Pero fueron sucediéndose acontecimientos, sucediéndose protestas y reacciones por parte de la “Arquía”, sucediéndose mezclas en las reuniones entre las languidecidas. Hasta que al final lo que ni con el rojo ni con el negro habían logrado; se les ocurrió intentarlo con el verde, un verde intenso, casi cegador, un verde que les dio esperanza. Se les ocurrió que luchar contra las arquías, en este caso contra la representación de ella mediante Sierta, no merecía la pena, pues no hacía sino utilizar y reforzar los sistemas arcales que ese EcoSistema que no merecía una isla de plástico como la que vivían. Con lo cual, decidieron dejar los supuestos sistemas que estaban en su mano para derrocar a Sierta y trataron de buscar alguno novedoso… Y, dándose cuenta, como se dieron, de que alrededor de la isla no había un océano, sino una autovía de plástico sulfuroso fundido que podría llevarlos a nuevos horizontes, decidieron dejar sola a Sierta con sus aires de grandilocuencia y mirar hacia el exterior, hacia otros lugares que hasta ese momento habían permanecido ocultos a sus ojos.

Los habitantes mestizos que habían ido perdiendo la diferencia original que los había separado, marcharon juntos e iguales, junto con la vegetación, la fauna, etc. a buscar nuevas islas dejando atrás la Isla Desierta del Océano Plastífico en la que, por fin, tenía sentido su nombre, pues no había nada ni nadie, salvo Sierta y su arquía, a la que, ahora, sin nadie a quien poder explotar, ningún provecho le sacaría.

Y fueron estos mestizos habitantes, que verdes de ilusión y contrarios a las arquías, llegaron los primeros a los continentes de la vida, dejando de lado los sistemas tiranos que los habían oprimido y gestionándose de modo horizontal los placeres y agradables momentos de la vida.

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