2009/10/06

El Estuche con Gafas

En un mundo de estuches de moda, estuches rosas o azules, con grandes estrellas amarillas, flores de colores o personajes famosos; había un estuche con gafas de pasta y naranja en su totalidad, gafas nada modernas ni sugerentes, por cierto. Era un estuche del cual todos los demás estuches insistían en reírse. Para bien o para mal, al estuche naranja le había tocado vivir en un mundo azul y rosa con el que no se sentía identificado y del cual, mediante burlas por su color y su atuendo, quedaba un tanto excluido.

Todos los demás estuches llevaban diferentes bolis de colores llamativos y exóticos, bolis lilas, bolis turquesas... en fin, una amalgama interminable de bolis. También solían portar exultantes gomas de borrar con cucos dibujitos y formas variopintas aunque, por lo general, poco efectivas, pues no borraban nada de nada. Todos; bueno todos salvo nuestro estuche naranja que no llevaba más que dos bolis, una goma, un lápiz y un sacapuntas de lo más normalitos.

Claro, siendo así, tan diferente, no podía más que resultar gracioso a los ojos sin gafas de los demás estuches. Tangrafi ¿ Había mencionado que se llamaba así nuestro estuche naranja? Bueno, como os contaba: Tangrafi, o Tanfi para los amigos que no parecían abundarle, era un estuche singular en un mundo de estuches fashion. Un estuche sencillo por fuera, con lo necesario por dentro y con espacio suficiente para acoger todas las cosas útiles y necesarias, portadoras de nuevos conocimientos, que pudieran serle útiles en alguna etapa de su vida.

Sin embargo, Tanfi no era feliz porque, no vamos a engañarnos, sí que le preocupaba no tener apenas amigos y que, además, se rieran de él. Aunque, al mirar a su alrededor, tampoco tenía muy claro que quisiera ser amigo de aquellos chulescos estuches, ya que lo único que hacían era pasarse el día mirándose unos a otros y comparando las novedades que cada día portaban. Veía que se pasaban el día tan preocupados de llevar la última goma de borrar del mercado, o el boli con el color más extravagante para que los mirasen que apenas tenían tiempo para percibir la hermosura que les rodeaba, mucho más allá de sus propios colores y diseños. ¿Cómo iba a buscar amistad entre aquellos que, en vez de ayudarse entre ellos, estaban ensimismados en una continua competición?

Pero, un día, todo aquello cambió inesperadamente. Por el mundo de estuches pasó una persona que se dedicaba a la exploración de nuevos mundos y que necesitaba un estuche. Y, tras observar los que allí estaban, escogió al más útil de todos, aquel que podía acompañarle en sus expediciones llevando consigo estrictamente lo necesario, aquel que era capaz de observar con sus anteojos las cosas que ella pudiera no ver y que, además, tenía espacio para futuras cosas que pudiera necesitar meter. Tanfi, se vio embarcado así en una vida de continuas y sorprendentes aventuras. Mundos de descubrimiento y conocimiento: selvas, desiertos, discotecas y conciertos. Y allí donde esa persona le llevaba, además de aprender nuevas cosas, se encontraba con estuches de otras personas que con la que a él le llevaba, en diferentes sitios, coincidían. De este modo fue conociendo estuches de otras aventureras, de artistas, de sabios escritores y de entregados novelistas. Conoció estuches muy interesantes que le trasportaban a otros mundos sin necesidad de visitarlos, que le hacían reflexionar sobre las cosas que le rodeaban, estuches de diferentes colores, formas y aspectos, pero con un denominador común, eran estuches con mundo, estuches útiles e interesantes.

Tanfi pasó su vida viendo lugares y conociendo gente muy diversa, años intensos la verdad, pero como a todos nos pasa, el uso y el tiempo le fueron deteriorando hasta dejarlo descolorido y deshilachado, sin vista y casi sin espacio en su interior. Era el fin de sus tiempos y la persona que lo había transportado hasta ese entonces, decidió que era el momento de deshacerse de él.

Al llegar al vertedero, Tanfi, se encontró a algunos de los estuches con quienes había compartido sus primeros años de vida en el mundo de estuches; pintarrajeados por fuera y sin nada en su interior, pero aun así, decidió acercarse a donde ellos y preguntarles por el tiempo que habían pasado separados. Le resultó sorprendente la desoladora realidad que les había acompañado en un insulso mes de vida inútil a lo más, que le habían dado sus respectivos dueños. Resultó que aquellos estuches tan competitivos y tan poco competentes, habían sido abandonados en cuanto la moda de sus colores había pasado; habiéndose reducido, por tanto, a no más de uno o dos meses de vida. Una vida aburrida, rutinaria y carente de sentido en la que lo más entretenido de cada día era el momento en que alguien grafiteaba sus lomos. Una vida de desasosiego y estrés constante por ver quién tenía más, de quién poseía colores más extravagantes y por ver quién era el más observado.

Sin embargo, a Tanfi no le había preocupado si le veían o no y, no obstante, él sí que había visto muchos lugares y estuches. Nunca le había preocupado ni dado vergüenza con quién hablaba y, por eso, haciendo una retrospectiva en su vida, veía la cantidad de estuches, personas interesantes y ratos divertidos que había compartido. Pero sin llegar a contárselo a los demás estuches, con ese pensamiento terminó de llenar la minúscula cavidad que le quedaba, habiendo llegado así al culmen de su intensa vida y dejando su espacio a otros estuches.

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