2010/04/05

Entrando en Una Nueva Semana, Quizás Una Nueva Vida...

Me levanté más o menos a la misma hora que la semana anterior, desayuné con prácticamente las mismas personas que me habían acompañado en los desayunos los días precedentes antes de ir a trabajar y salí con todo lo que había aprendido ese fin de semana, dispuesta a integrarlo en mis tertulias del trabajo, dispuesta a convertirlo en nueva fuente de conocimiento. Es una parte bonita de mi trabajo, todo lo que hay alrededor es fuente que emana conocimiento y, con no mucho esfuerzo, puede ser compartido con quienes te dispones a discutir; el conocimiento crea la cultura que es el conocimiento común y, ésta, a su vez acrecenta el conocimiento individual del que se compone el colectivo siempre que se haga un pequeño esfuerzo por ello.

Pensando en estas cosas iba deslizándome por aquella tibia agua de aquel hermoso día cuando encontré a alguien que vino directamente hacia mi...
- Buenos días! - Me dijo mientras me daba un abrazo-
- Buenos días. - Respondí un poco confusa pues no la recordaba-
- Se te ve especialmente tranquila hoy. Se te ve mucho mejor la cara con respecto a la semana pasada. Creo que te estás acostumbrando a nosotras, a nuestro planeta y a nuestra forma de vida. ¿Tuviste un buen fin de semana?
- Bueno, la verdad es que sí que tuve un agradable fin de semana, puede que sea por eso que te parezca que estoy más tranquila. Aunque también puede influir que día a día me sienta más orientada en la ciudad, sé dónde están las cosas, tardo menos tiempo en hacer cada cosa... Estoy bien.
- Me alegro muchísimo. Bueno, espero verte pronto y que sigas con tan buen aspecto...
- Gracias. Espero que tengas un buen día... Hasta pronto.
- Aun sorprendida por el caluroso saludo matutino continué mi camino hacia el centro de enseñanza. Iba pensando en porqué se me vería tan buena cara, podría ser por tantas cosas: podría estar sintiéndome enamorada, podría ser que el relajante fin de semana me habría dado nuevas fuerzas después de las asfixiantes situaciones de la semana anterior que, aunque interesantes y muy instructivas, resultaron muy cansadas. Podrían ser tantas cosas; además que gracioso resultaba que en vez de decir que se me veía “buena cara” dijese que se me veía “mucho mejor la cara”...

De pronto sentí un nudo en la garganta y una grandísima arcada en el estómago. La vista empezó a nublarse, un nuevo vértigo, el vértigo de cuando caes a una fosa abisal sin fondo de la que sabes que no hay vuelta atrás. El sentimiento de que las rodillas se te quedan sin fuerza y el suelo arenoso te llama. La sensación de perdida de la consciencia, vacío, desplome. El aturdimiento no me dejaba hablar para pedir ayuda, el mareo me hacía avanzar sin rumbo y sin fuerza en las rodillas, como queriendo evitar, contrarrestando con el último atisbo de fuerza, la llamada del suelo.

Recuerdo que me acordé de las personas que había conocido, a las que había amado, aquellas a las que había ayudado alguna vez e incluso, muchos rostros de gente con la que me cruzaba en el día a día, hermosos rostros con los que no me atreví a intercambiar palabra en la Tierra. Me acordé de mi niñez, de todos los periodos críticos por los que pude pasar, de quienes siempre estuvieron allí. Del último periodo crítico, en el que dejando con pena a las personas amadas, impulsada por ver el egoísmo de las naciones y estados y la impotencia de las ciudadanas del mundo, impulsada por no poder ni querer creer que otro “algo” diferente podía ser posible, me fui en mi viaje sin rumbo por el que llegué a Arreit.

Sin embargo, ahora tendía a la horizontalidad en aquel planeta en el que, sin arrepentirme de haber ido, parecía estar muriendo. Como no iba a verse mucho mejor mi cara si aquella mañana no me había puesto la escafandra y el oxigeno. Ahora estaba sintiendo asfixiarme mientras me mareaba y mi cabeza se precipitaba sobre el suelo.

No debió pasar mucho tiempo hasta que sentí unas lejanas voces que debían venir de muy lejos y unas suaves caricias en mi cara que me despertaron de mi inconsciencia. Me dijeron algo que no llegué a entender muy bien, no sabía cómo podía haber resucitado sin oxígeno, me volvía a sentir desorientada. Pero me incorporé y tranquilizándolas con un suave movimiento de mis manos, continué mi camino. Ahora, aturdida aun y con una sensación de malestar general, todo eran dudas: ¿Cómo me habían conseguido resucitar? Era imposible, mi cuerpo era mortal y necesitaba de oxigeno, sin embargo mientras ahora lo estaba pensando, estaba andando. Respiraba.
- ¡Buenos días compañeras! No os lo vais a creer...
- ¡Buenos días! ¿estás bien? Ya nos dijeron que te desmayaste, ella te ayudó a recuperar la consciencia golpeando tu cara y llamándote hasta que reaccionaste...
- Bueno, sí, gracias. Estoy bien. Aun no sé cómo pero lo estoy. ¿Os podéis creer que sigo viva? Esta mañana se me olvido ponerme mi escafandra y oxigeno, eso con lo que me visteis vestida la semana pasada. Eso era lo que me mantenía viva hasta ayer. Sin embargo, esta mañana se me olvidó por completo ponérmela, no me explico por qué, sabiendo que era algo vital para mi.
- ¿Por qué no íbamos a creérnoslo? Lo acabamos de ver... Pero, quizá, debieras cambiar el punto de partida de tu análisis de la situación que llevo a desmayarte o, previo a eso, la que te llevó a no ponértelo. - Me contestó una desde la lejanía del círculo-
- ¿Como? Bueno, de acuerdo, tratemos de buscar otro punto de partida, pero con la premisa de que necesito oxígeno para vivir.
- Jejeje... claro y nosotras. Por eso no lo ponía como premisa, es un hecho. Pero piensa por qué motivo llevaste ese traje hasta este preciso fin de semana. Por qué no te lo pusiste hoy. ¿Cual fue el punto de inflexión? ¿Qué hiciste este fin de semana?

Me quedé atónita. No pude más que dedicar una mirada a todas las que estaban delante, una por una, fui observando sus rostros. No parecían tener ninguna curiosidad morbosa por mi vida privada, o no lo transmitían al menos; pero, sin embargo, me estaban preguntando por un fin de semana maravilloso, de lo más íntimo, agradable y en el que había experimentado toda clase de sensaciones y sentimientos.
- Bueno, ayer entendí que la vida privada aquí no representa lo que para nosotras en la Tierra, pero aun así siento un poco de vergüenza al pensar en contároslo. Quizás porque...

Allí estaba ella observándome, pacientemente, tan hermosa como los días precedentes. ¿Habría estado la semana pasada también en la clase? Un ser tan hermoso. Me habría dado cuenta antes.- ...porque...
 
- ¿Qué es la vergüenza? - preguntó, precisamente, ella.
- La vergüenza... bueno, es cuando... como si... Es una sensación, un sentimiento. Un sentimiento de incomodidad cuando haces algo que se sale de los convencionalismos establecidos, cuando haces algo que está mal. Bueno todos los dictadores hicieron muchísimas barbaridades, genocidios y, por muy mal que estuvieron, no dio la impresión de que sintiesen vergüenza. Es más, ahora que lo pienso, se atrevían a decirnos de qué habíamos de sentir vergüenza las demás personas. -Parecía estar explicándomelo a mi misma, más que a ellas, que parecían comprenderlo bastante bien por el gesto de sus caras, bueno y por como siguió la conversación.
- Vamos que quien dictaba esos convencionalismos sociales era quien decidía lo que estaba bien o mal y, por tanto, por lo que el resto de las mortales debíais sentir vergüenza. ¿es eso?
- Sí, algo así... - parecía que aquello era lo que más sentido tenía para ambas-
- ...y, por lo que dices, además, quien los dictaba, no siempre era quien más capacidad  o sentido de la ética tenía para hacerlo; incluso, muchas veces, por lo que has dicho, de los genocidios, era el que menos valor moral presentaba, pese a atreverse a dictaminar vuestros sentimientos. Si tú no haces, al menos que nosotras hayamos visto o sabido, nada malo por la comunidad, ¿de que deberías tener ese sentimiento de culpa o impotencia?
- Bueno sí... quiero decir no. Pues no sé de qué podría tener vergüenza la verdad. En fin, de acuerdo; sigamos con la idea principal, ahora que ya me ha quedado claro lo que es la vergüenza y lo inútil e innecesaria que se presenta aquí que los convencionalismos sociales los decidís entre todas en el día a día y siempre basándoos en el bien común sin atender individualismos. La cosa es que este fin de semana ha sido genial, he aprendido muchas cosas interesantes y he conocido a una persona maravillosa, tan hermosa como los colores fundidos de atardeceres y amaneceres de los soles de Arreit. - Dije mientras mirándole a los ojos veía la inspiración de aquellos colores reflejados en lo más profundo de estos.
- Entonces, ¿por qué nunca me acariciaste, ni masturbaste, ni siquiera tocaste? - espetó curiosa su voz entre aquellas, sin vergüenza ni timidez alguna en el tono-.

Por supuesto, todas se volvieron hacia ella al ver que parte del argumento que parecía venir en la siguiente frase tenía relación con una persona presente... mientras sus ojos seguían clavados en los mios. Era un momento en el que la gente de aquella clase parecía haber desaparecido, yo sabía que estaban allí pero mis ojos no podían llegar a verlos; simplemente desaparecieron. Solo quedaron sus preciosos ojos con el brillo felino de la curiosidad y los míos que, creo que por un momento habían perdido la seguridad que albergaban para dar camino a un tímido brillo de cariño, de vergüenza e impotencia, por no haber hecho lo que allí habría sido parte del convencionalismo que chocaba con lo que en mi cultura, o incultura, venía a ser algo que tratar con mucho cuidado. Una milésima de segundo después ya me encontraba respondiendo aquella y las anteriores preguntas, sin sentimiento alguno ya de vergüenza ni negatividad ninguna...
- Efectivamente, no lo hice y no creas que no lo sentí cuando supe que te hubiera gustado. Y, creo que es lo que nos lleva al segundo punto que es el que dio origen a toda la convrsación, parte del porqué: la escafandra. En parte mi cabeza no podía ni imaginarse que hubiese podido gustarte que te tocara con aquel tecnocuerpo de metales y plásticos de colores apagados. Ni creo que pudiera imaginarme tocándote con mucho sentimiento pero sin poder sentir nada a través de la artifialidad vestimental en la que estaba inmersa. Me sentí completamente traicionada por mí misma.
- Entonces, ¿es por eso que te quitaste la escafandra esta mañana?
- No lo había visto de esa manera. Pudiera ser. Pero no. Porque si fuese así, ¿no creéis que el hecho de que pensase en que me moriría me lo habría impedido? ¿Muerta creeis que podría amar?
- No. Seguramente viva tampoco. - contestó aquella que había empezado preguntado aquella mañana-
- ¿A qué te refieres?
- Bueno, en mi humilde opinión, tu subconsciente entendió antes que tu conciencia que la artificialidad en la que vivías te estaba matando. Esa artificialidad que te hizo huir de la Tierra pero que, sin darte cuenta, te trajiste en forma de escafandra y oxígeno. Ese cúmulo de prejuicios que te hicieron pensar que aquí, donde fuese que llegases, también ibas a necesitar de esos convencionalismos enlatados en los que sostenerte sin ser herida. Sin embargo, tu subconsciente lo llegó a entender de algún modo esta noche. Probablemente, entre sueños, mientras dormías. Lo que, seguramente, te hizo levantarte pensando en ella, el motivo de tu frustración del día anterior y, vaciando de prejuicios que te habían llevado a un sentimiento frustrado por convencionalismos, olvidaste cargártelos a la espalda. Como ahora puedes ver estás respirando, al igual que nosotras lo hacemos por nuestros orificios nasales.
- Pues... ¿sabes que tiene mucha lógica lo que estás diciendo? ¿Alguien opina otra cosa?
- Yo agregaría una sola cosa – dijo otra voz- Creo que las sensaciones que pudiste experimentar y que te hicieron terminar sin conocimiento, fueron la ruptura final de tus prejuicios. Los prejuicios son algo que se interioriza cuando no se fundamenta sobre algo solido y cierto, lo que se cree saber de lo aprendido. Creo que fue el choque entre lo que viste que era real, el hecho de estar respirando, y lo irreal de lo que pensabas que no podías respirar, lo que te llevó al suelo. Sin duda, derribaste otro muro. Uno muy grande.
- Pudiera ser que lo haya conseguido, pero lo que se interioriza desde niñas es difícil desaprehenderlo. 

En ese momento, ella se levantó de su asiento, vino hasta mi con paso apresurado y me dio un gran abrazo. Su desnudez inundó mi cuerpo. Por fin era capaz de sentir cosas físicas, las cuales me habían estado vetadas desde mi llegada a Arreit. Besó mi cuello y, sintiendo mi tirantez producida seguramente por tener público, pese a estar segura de que me apetecía abrazarla, besarla, larmerla... volvió a sentarse.

Seguimos hablando aquel día sobre la necesidad o no de estar vivas. De lo que representaba estar vivas y de las necesidades personales en la viveza para seguir teniendo la sensación de estarlo. La verdad es que fue un día de temas interesantes. No, menos intensos que los tratados la semana anterior, pero ahora estaba algo más acostumbrada al sistema que tenían de discusión, de que entre un día y otro variara mi alumnado, no siendo siempre exactamente las mismas personas ni de las mismas edades.

Aquel día tenía ganas de hacer algo más después de aquellas cuatro horas de intenso debate, así que invité a las que quisiesen a acompañarme a la ludoteca a tomar una infusión amarga para quitarle un poco de dulzor a la vida. Infusión que nos llevó a otras cuatro o, pudiera ser que fueran más, quizá cinco horas de nuevas y apasionadas conversaciones y discusiones. Realmente era apasionante Arreit y mucho menos complicado de lo que pensé en un principio, solo había que hacer por ello.

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