2010/05/27

Moviendome por un Laberinto de Dudas

Iba avanzando lo más rectilinialmente que me era posible, pasando salas de distintos tamaños que iba reconociendo como mayores o menores por la velocidad a la que el eco respondía el sonido de mi silbido. Iba así dibujándome un pequeño mapa en mi mente de cómo estaba diseñada aquella ciudad. En casi todas las salas se oían voces que conversaban, algunas de un modo más rápido, otras más pausadas, pero todas en un tono que me resultaba muy bajo, musical e, incluso, de un modo u otro, un tanto sensual. Era la sensualidad de la dulzura, de hablarse de un modo positivo y bajo, siempre sumando a lo que la otra decía sin subir el tono, salvo que la musicalidad de la frase lo requiriese.

No quise interrumpir sus conversaciones, pero las contraponía con la que unos minutos antes había tenido yo con persona que reparaba bóvedas y, me daba cuenta que aquella, tampoco me había reprochado nada, ni por saber ni por no saber, ni por entenderla ni por no hacerlo. El tono era musical y no atacante, paciente, mucho más que el de donde yo procedía. Resultaba muy interesante.

Todo, preguntas, respuestas, argumentaciones, observaciones. Todo; era en un tono sosegado y relajante. Pensando en nuestra conversación, de hecho, era consciente de que si había conseguido comprender lo que aquella persona había querido explicarme era porque no se impacientó y me hizo sentir cómoda en todo momento. Aunque era una pena que no me hubiese explicado lo de las bóvedas y los topos.
- ¿Por qué no le habré preguntado lo de los topos? - Me dije a mi misma sin darme cuenta que mi tono seguía siendo alto para el que allí estaban acostumbradas.
- ¿Disculpa? - Hoy a mi lado tras un instante de mutismo total de todas las personas que estaban conversando.- ¿Qué querías saber sobre los topos? Quizá pueda ayudarte. - Volvió a susurrar aquella voz que parecía estar muy cerca de mí.
- Emm... bueno, perdona, sí. Una persona que me dijo que tenía que arreglar las bóvedas porque los topos las rompían pero no me explicó...
- ¿Has conocido a la techadora? ¿Cómo es? Qué suerte, nosotras no hemos tenido oportunidad de conocerla pues trabaja en las bóvedas de las salas cuando están vacías, con lo que las de ésta sala en la que trabajamos, seguramente, las arreglará cuando no estemos. Que oficio tan noble y peligroso. 
- Bueno sí, la he conocido... pero no me ha explicado exactamente cual es el problema de los topos. ¿Sabrías explicármelo? - pregunté con una sensación de asombro por parecer que hubiese conocido a un ser de otro mundo que veneraban.

En pocos segundos sentí que mucha gente se sentaba en círculo junto a ella y a mi, como si quisiesen participar en aquella conversación sobre techadoras y topos.

Al parecer, por lo que ella con ayuda de las demás me fueron explicando, aquellas salas tenían techos abovedados hechos a partir de distintas capas de diferentes materiales. La primera capa era de piedra maciza que hacía que el agua resbalase a los costados, creando fuentes de agua filtrada, fina y potable. La segunda capa era de piedra suelta, que hacía a su vez de protección de las capas superiores, dándoles estabilidad, y de filtro de los líquidos  y para que los animalitos no dañaran la capa de piedra maciza. La tercera capa era de tierra, filtraba las sustancias que no dejarían que el agua fuera bebible, dejando para las plantas esas sustancias que para ellas eran alimento y para nosotras sería veneno. Y la última capa era vegetal, un manto de hierba que mantenía fresca las capas inferiores y hacía de depuradora de las sustancias contaminantes que podrían envenenar el agua. Debía ser por eso que para el buen funcionamiento y para la salud de las habitantes de aquella ciudad, la techadora era una figura tan importante. Y, por supuesto, los topos que para mi eran los que movían la tierra para bien de las lombrices, de los árboles y demás plantas e insectos, para ellas eran un gran inconveniente, pues hacían que el agua entrase con un menor filtrado y en mayor cantidad, dañando la estructura y la potabilidad del agua.

Dejaron sus trabajos, para explicarme eso, como cosa puntual, pero finalmente nos quedamos horas discutiendo sobre si los topos eran buenos o malos y los porqués de una y otra posición. Nadie los reclamó al puesto, las coordinadoras de cada puesto debieron pensar que era mucho más productivo aprender y enseñar algo nuevo aquel día. Finalmente fueron muchas más que las cuatro horas de trabajo a las que estaban acostumbradas, las que pasamos discutiendo de esos y otros temas. Fue un día de lo más interesante. Y creo que a ellas les resultó igualmente placentero.

Llegó finalmente la hora de cenar y, por otro pasillo, en bastante menos tiempo que el que yo invertí para llegar a esa sala, me llevaron exactamente al lugar donde cenamos  y me quedé dormida la noche anterior. Ahí coincidí con la persona que me ayudó en un primer momento y con la techadora que presenté a mis nuevas amigas. Ella, me comentó:

- Cuando me dijiste que te gustaba enseñar y aprender me dí cuenta que tenías que empezar a andar por la ciudad por tu cuenta y buscar a quien pudieses interesar. Como habrás visto no usamos un sistema de educación reglada, la gente, ávida de ganas de aprender, siempre está dispuesta a dejar lo que está haciendo para seguir aprendiendo nuevas cosas. Y, por la cantidad de gente que me has presentado, diría que ya has  tenido un buen número de nuevas alumnas hoy. Y, estoy segura, de que encontrarás muchas diferentes más mañana.
- Me ha resultado estimulante esta forma tan particular de enseñar. Realmente todas las que me rodeaban parecían ansiosas por aprender, lo notaba en la rapidez de sus respiraciones, en los momentos en que las entrecortaban, en la aceleración de sus corazones. Creo que tenías razón al decir que el oído puede ser un sentido principal.
- Cierto, pero eso que tu has identificado como respiraciones y como latidos y palpitares, aunque en parte también lo fuesen, era el sento que has empezado a desarrollar lo que te ha hecho darte cuenta del interés que generabas, probablemente por la pasión con la que hablabas. De todas formas, deberías hablar un poco más bajo, gritas demasiado.

Entre consejos, comentarios sobre la comida y cosillas curiosas sobre mi anterior ciudad y ésta, pasamos la hora de cenar. Aquella ciudad habría de mostrarme, aun sin poder verla, muchas cosas.

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