2010/06/15

Descubriendo Mis Sentidos en La Oscuridad

Cuando desperté aquella mañana todavía se estaban levantando las de mi alredor. Parecía que mi oído iba ganando puntos con respecto a la vista, que no me venía sirviendo para mucho en los últimos días. Desayunamos juntas antes de despedirnos pues cada cual seguía una gruta diferente hasta llegar a su zona de trabajo. Yo quise conocer nuevos lugares, nuevas cosas y, para ello, me junté con una joven con la que estuve desayunando y que hablando de trabajos, me comentó que el suyo consistía en recoger las más hermosas piedras de las grutas en construcción para usarlas después en eventos sociales o como regalos para sus conciudadanas. Oficio que me resultó muy curioso, ¿quién y cómo puede decidir cuando una piedra es bonita si no puede verla? y, esto mismo, me sugería la duda de la hermosura humana, sin el valor estético del físico al que estábamos acostumbradas en los lugares que usábamos la vista, ¿a qué le darían estas personas la relevancia o a qué le dedicarían el gusto?

- Lo único malo de mi trabajo es que las nuevas grutas en excavación están lejos, a las afueras de la ciudad. Pero si no te importa ni tienes excesiva prisa y te apetece, puedes venir conmigo.

Me sonó de lujo. Tanto que ni di respuesta oral alguna, me levanté, limpié mis utensilios y los suyos y  tras ella me fui, siguiéndole con ciertas dificultades y con más de un coscorrón, pues todavía no controlaba las sensaciones que proporcionaban las curvas y bifurcaciones con las diferentes corrientes que allí se formaban, la inferior temperatura del agua en estas zonas. Pero bueno, llevaba poco tiempo, debía concederme más tiempo. Seguro que mi cuerpo se iría acostumbrando a esto y otras cosas.

Andamos en silencio durante mucho tiempo, ella no me habló y yo agradecía que así fuese, bastante tenía con estar concentrada en seguir sus brazadas y en controlar por donde se metía. Haber hablado en ese momento me hubiera impedido seguirla o necesitar un lazarillo para poder así avanzar mientras hablaba. Aunque recibiese muchos golpes, era emocionante ir viendo que cada vez me arreglaba con más soltura y solvencia en las grutas que ya empezaban a parecerme mucho más acogedoras que al principio. Lo lúgubre y frío del principio parecía tomar otro aspecto más cálido ahora que, en cierta manera, percibía a las personas. No sabría decir si usar el término "ver" estaría bien porque no lo hacía mediante la vista, pues era imposible sin luz, pero empezaba a percibir dónde estaban sus piernas, dónde sus brazos y dónde su cara, claro que esto último al estar la boca resultaba mucho más fácil. Claro que aun necesitaba que estuviesen paradas para poder "verlas". Ahora que ella estaba por delante y tenía que seguirla, bastante tenía con usar mis oídos para los ruidos y mi cara para sentir el agua desplazada por sus rápidas brazadas.

Tan concentrada estaba que, aunque cansada, me pareció que habíamos llegado en seguida. Demasiado rápido para lo lejos que se suponía que estaban las afueras. La verdad es que el sentir del paso del tiempo sin la referencia del sol no era nada sencillo.

- Aquí están, todos esos ruidos son las excavaciones de las nuevas grutas,  así que no tienes por qué preocuparte. De ahí caen trozos de piedras que nosotras dos tendremos que palpar, oir, oler y mirar en perspectiva de futuro, para así decidir si es o no la piedra adecuada para un futuro regalo; para saber así si esa piedra logrará con el tiempo la sencillez, pulido y sonido que le gustaría a cualquiera tener en sus manos y sentir contra su piel.- me explicó con sencillez, como si aquello fuese lo más lógico y sencillodel mundo. Buscar piedras sin vida ni sonido, posadas en el suelo y sin luz con que poder verlas.
- Y ¿cómo se supone que hacemos eso?
- Sin acercarnos demasiado a donde están picando, no vaya a ser que nos caigan encima. Buscaremos entre las que quedan en las orillas de los caminos.
- Pero resultará muy incomodo y duro trabajar todo el día agachadas para buscar piedras con las manos...
- ¿Por qué quiere usar las manos para encontrar piedras? ¿no te sirven los pies? tan insensibles no los tendrás... Una vez encontradas las piedras, si te parecen del tamaño y tacto adecuado, ya te agacharas para usar tus manos. Una vez que te parezca que puede valer, metela en este macuto- sugirió ofreciendome un macuto que llevar a la espalda.
-...- No supe que decir, la mejor idea era empezar a hacerlo. Hacerlo es la mejor forma de entender o aprender algo.


Mis desnudos insensibles pies empezaron a palpar los rincones de aquella cueva, tratando de hallar el sentido de la hermosura en el tacto. ¿Como podría encontrar la hermosura sino por mis ojos? No podía ser posible. Pudiera ser posible que encontrase piedras de lineas muy finas, pudiera ser que incluso, por su suavidad, pudieran resultar de sensual tacto, pero ¿hermosas?

Todas las que iban encontrando mis pies eran frías, rugosas, algunas punzantes y cortantes ¿Podrían ser para las ciudadanas de la ciudad oscura, alguna de esas texturas, tan agradable como para llamarla hermosa?

Me agaché y levanté, cientos de veces, para observar el cambio de sensibilidad y las diferentes sensaciones que me transmitían aquellos inertes objetos inmóviles en el suelo, como si estuviesen pegados a él sin objeto de ser encontrados. Olí aquellas por las que me agachaba, para saber si podría reconocerse diferentes piedras por el olfato. Yo no lo conseguí, pero seguí. Fui llevándomelas a la boca, una a una, recordando los experimentos infantiles que hacíamos con todos los objetos antes de adivinar su uso. Incluso, al devolverlas al suelo, las dejaba caer de mis manos para distinguir los diferentes sonidos que pudieran emitir.

La verdad es que nunca después he sabido el tiempo que dediqué a esto, pues estaba completamente absorbida disfrutando de esa nueva experiencia, tratando de aprender lo que a aquellas ciudadanas les parecía sencillo, tarea para mi nada ligera. No tenía tampoco ninguna prisa, creo que es por lo que no me preocupaba en absoluto del tiempo y estoy segura de que era la mejor de las maneras de aprender.

Mientras absorbida me hallaba rocé con mi pie una piedra cálida y aterciopelada en la que parecía que hubiera encontrado lo que estaba buscando. Me agaché de súbito, escudriñando el suelo con mis manos, en busca de la más hermosa de las sensaciones que hasta ese momento me había alcanzado. Mis manos rozaron con suavidad la parte superior, dura pero suave, parecía que la recubriera alguna especie de capa superficial que fuese la que le diese ese tacto aterciopelado, parecía ser cálida también en su interior. No obstante, no me atrevía a presionar fuertemente mis manos en ella, no parecía frágil en sí, pero su suavidad, no invitaba a poderle causar daño. Traté de levantarla para seguir acariciándola por el resto de su superficie. No era fácil, parecía pesada, como si fuese una mayor fuerza la que le unía a la tierra que las palpadas hasta ese momento. Me hacía resistencia. Sin embargo, poco a poco la fui levantando hasta poder rozar con la punta de las yemas de mis dedos la parte inferior de ésta. Era más blanda que la superior, no tan suave, algo más áspera, pero cálida; era en su totalidad una piedra agradable. En mis manos iba cambiando su temperatura, aumentando. Era la más increíble de las piedras que pudiera haber encontrado. Sin duda.

Acerqué mi lengua hasta ella, el sabor entre dulce y salado no se parecía al del resto de las piedras que había probado. Mis labios recorrieron la parte superior e inferior de ella, produciéndome escalofríos en la parte trasera de la nuca, erizándome el bello de mi cuerpo. El olor dulzón pero no empalagoso era algo, también realmente extraordinario. Y ella se calentaba solo con mi contacto. Era una piedra soberbia. Si hasta ahora no había sabido lo que era la hermosura de los sentidos, sin duda lo era aquella piedra.

Junto con el calor creciente de la piedra sentía el sudor correr en mi frente, sentía el calor en mis ojos y en mis labios. En mí también aumentaba la temperatura. Eramos dos cuerpos, uno inerte y otro vivo, que compenetraban sus temperaturas, sus sabores. El sabor de aquellos centímetros de piedra iba cambiando, abandonaba el dulzor del principio para aumentar la salitre en su superficie. No sabía si mi saliva o la calidez de la piedra en condensación, la estaban humedeciendo. Pero aquel sabor, aquel tacto, el sonido susurrante del roce de mis manos, mis labios y mi lengua en ella, me estaban volviendo loca. Todo mi cuerpo empezaba a arder, a humedecerse, mi boca salivaba. Creo que porque sabía que nadie podía verme seguí besando y lamiendo con cariño aquella piedra.

Los pelos de mi cabeza empecé a sentirlos levitar cuando me dio por tratar de descubrir la totalidad de su superficie, abandonando los centímetros cuadrados en los que me había estado deleitando. Aquella piedra era mucho más grande de lo que en un principio me hubiera imaginado. El cosquilleo en todo mi cuerpo, su humedad, iba en aumento. El susurrante sonido de la piedra también aumentaba al roce. El momento resultaba casi indescriptible.

La piedra que se me había antojado pequeña, parecía tener alguna atadura a la pared y no al suelo como en un principio me había supuesto. Parecía que la resistencia y su peso no respondían a un patrón de gravedad o unión a la tierra, sino de un apéndice hacia la pared. Por la apendicular forma de aquella piedra seguía recorriendo mi dedos, seguidos de mis labios y mi lengua. La rocé entre mis piernas a medida que subía en su superficie y su parte inferior quedaba a la altura. Me deleitaba con toda la superficie descubierta hasta el momento, acariciándola, satisfaciéndome con ella.

Seguía siendo suave en su totalidad, diferentes grados de suavidad, más aterciopelada en algunas zonas, más amelocotonada en otras. El sabor también variaba pero seguía predominando el húmedo gusto salado de fina fragancia. Mis manos, deseosas, acariciaban aquella piedra que susurraba ronroneante. De pronto sentí una vibración tanto dentro como fuera de mí. Realmente era una piedra hermosa la que me había dado uno de los mejores orgasmos de mi vida.

Realmente era hermosa, la más hermosa de las piedras que yo hubiera pasado jamás por mis manos o lengua. Sin embargo, ¿debería cortarla y sacarla de su hábitat para llevármela en mi zurrón como adorno? Preferí posar a mi callada amante dulcemente en el suelo en el momento preciso que sobre mi cabeza oí que me decían:

- ¿Has encontrado alguna piedra hermosa esta mañana?
- Sin duda, la más de las hermosuras pedriles que pudieses imaginar.
- Es hora de volver entonces.

El camino de vuelta lo hicimos en silencio, agarradas de la mano y sumida cada una en sus propios pensamientos.
 


2 comentarios:

Askartza Isusi dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Unknown dijo...

andaluziatik nabil, egia da ez genuela agurtu... USAra ez banoa pasatuko naz irailean. ;)

Eman besarkada bat jendeari eta ondo pasa oporretan.