Bajo el marco de aquella
puerta, pensativa, empecé por unos minutos a recordar momentos
anteriores en los que habíamos estado juntas, preciosos momentos que
resultaron hermosos por su sencillez, por su espontaneidad, porque no
pudieron ser de otra forma. ¿Qué había hecho que ese momento bajo
el marco de la puerta de su habitación le crease un terror tan
abismal que lo empujase a separarse de mí?
¿Por qué motivo no
sintió ese celo en la ludoteca cuando se fue a hacer el té
dejándome con tan interesantes y bellas contertulias? ¿Por qué no
se planteaba por qué yo nunca había sentido celo alguno cuando ella
iba, venía o hacía lo que le venía en gana?
La verdad es que la de la
ludoteca fue una estupenda tarde. Fue increíble como tras varios
días con ella, en diferentes sitios y situaciones, finalmente cuando
yo tomé la iniciativa y por no esperarselo desarmé su coraza de
prejuicios; pudiendo disfrutar así, finalmente, con aquel hermoso
cuerpo que me había fascinado desde el día en que entró con mi
antigua profesora por la puerta de la cocina de casa. Me gustó ver
que se rindió, al fin, a las preocupaciones, al hacerle saber que no
tenía nada por lo que angustiarse. Incluso, sin verme, pues no llegó
a darse la vuelta hasta que decidimos salir a seguir charlando con
nuestras amigas y compañeras de clase, no dio síntomas de tirantez,
miedo o repulsa alguna a quien le tocaba; no le importó quien fuese.
Sí, estoy segura que me identificó en el susurro de mi voz; pero
también estaba segura muchos días antes de que me deseaba y no por
eso se relajó ni accedió a mí antes. Además, antes de tratar de
decirle nada, ya había acariciado y besado su desnudo cuerpo. En
absoluto le preocupó quién era quien a sus espaldas la amaba; no
había ningún sentimiento de pertenencia, aquella terrícola no se
sentía posesión de nadie y, creía saber sin duda, que no llevaba
el tiempo ni la cercanía suficiente como para poseer a nadie.
Ahora estoy segura de
que, en el momento en que huye de mi habitación, todavía no es
consciente de que en Arreit la posesión tanto de objetos como de
personas no es una cuestión de tiempo, sino de imposibilidad. Pero,
¡ah! Las terrícolas siempre tienen que poseer, víctimas de su
egoísmo. Egoísmo que, a su vez, les produce celos, por lo que
poseen otras, por lo que han de compartir, por lo que sin ser suyo y
sin poder serlo, por ser personas, individuales, con identidad
propia, desean adquirir. Un límite más. Un muro al rededor de su
libertad que las vuelve esclavas de sí mismas. Deben pensar que así
están más cerca y por más tiempo de la persona que aman. No
quieren ver que cuanto más presas son de sí mismas en ese sentido,
menos tienen para decirse, menos para compartir, menos tiempo común
para hacer algo juntas. No se dan cuenta que cuanto más posesión
son, menos se poseen a sí mismas, a su vida, a su libertad. Es una
lástima que entiendan el amor en números clausos.
Aquel día no eramos dos,
no eramos ella y yo, eramos ella, yo y todo, todos los personajes,
los lugares, las personas. Todo. Todo lo que nuestra imaginación
pudo añadirle morbo y placer a ese momento. Sin embargo, ni ella ni
yo sentimos que estábamos engañándonos la una a la otra. Tal vez
porque estaba en nuestras mentes. Tal vez piensen las terrícolas que
al no verse, no palparse, no pueden ser acusadas de engaño. Maldita
doble moral la de las terrícolas. Si se vé está mal, sino, dicen
eso de “ojos que no ven, corazón que no siente”. Tan solo se
engañan a sí mismas. A nosotras en Arreit no nos da por eso. Desde
luego, cuanto más hablo con ella, cuanto más discutimos entre mis
conciudadanas sobre sus comportamientos, sus costumbres, más nos
gustan las nuestras. Nunca nos inmiscuimos en la vida de nadie, no lo
necesitamos, nunca coartamos la libertad de ninguna otra de nosotras,
no nos hace ninguna falta. ¿Por qué no pueden sentir ellas esta
no-necesidad?
Cuando volvimos del
almacén a la mesa con las demás contertulias, tras una breve
conversación sobre lo sucedido empezamos a hablar sobre las
relaciones interpersonales. Ella nos comentó que en su planeta, la
forma más habitual de relación era por parejas, es decir, de dos en
dos. Por lo visto las relaciones
interpersonales en las que pudiera darse una relación sexual que se
apartase lo más mínimo de las caricias que pudieses dar en el día
a día, debían ser en pareja. Si no los celos, los miedos, los tabús
solían aparecer.
Incluso, basándose en
esa pertenencia sexual dual, las relaciones de convivencia que
establecían eran también en pareja; siendo de este mismo modo gran
parte de sus relaciones sociales posteriores. Es decir, una vez se
conformaban en parejas para la convivencia, generalmente era así, en
pareja, como se socializaban, como conocían a otras parejas, a otras
personas, ya fueran del trabajo de una u otra parte del dueto, o bien
otras progenitoras de las que acompañaban en los centros de
aprendizaje a sus hijas. A mi me maravillaba su sorpresa cuando le
explicábamos que, como hasta ahora había podido observar, aquí las
relaciones las establecían las personas. No existían instituciones
conformadas por grupos de personas que condicionasen la prioridad del
individuo en el sentido de la relación, como parecía pasar en La
Tierra; al igual que no se daba prioridad a ninguna institución pues
la comunidad la conformaban las individuas que allí cohabitaban y
que eran las prioritarias para el interés común, pues todas las
demás eran tan importantes como una misma. Era un principio básico,
el de la “empatía” como se empeñaba en llamarlo la terrícola y
que, para nosotras, no tenía nombre. Simplemente era así.
De igual modo, era
extraño, la necesidad que tenían las terrícolas de afianzar y
controlar esas parejas que establecían. Nos contó que incluso
tenían que dejar constancia escrita de aquel acuerdo contractual y
que, originalmente, era de por vida. ¿Cómo podía saberse al crear
una relación si sería de por vida? ¿acaso no era condicionar el
fluir de la relación el establecimiento de cuando debía o, incluso,
si podía terminar o no? ¿Por qué? ¿Para qué? No obtuvimos
respuesta, la verdad es que creo que ni siquiera a aquella
extranversa le parecía algo lógico.
En cuanto a la educación
de la progenie, ¿por qué habían de reducir a dos los educadores
cuando toda la sociedad podía enseñarles cosas interesantes a sus
hijas? No sería la primera vez que aquella terrícola viese a
alguien haciendo un agujero, dejar de hacerlo porque alguna o varias
niñas le preguntasen qué y por qué estaba haciendo lo que hacía.
Todas, siempre, tenían tiempo para dejar lo que estuviesen haciendo
y explicar a las demás porqué lo hacían. Y cuando se refería al
cuidado, si entre nosotras hacíamos comida y nos deleitábamos
haciéndola y compartiéndola entre nosotras ¿cuanto podría
costarnos compartirla con sus hijas estuviese o no quien la parió
delante? ¿Acaso el comer con gente diferente no las ayudaba a
determinar un patrón de comportamiento que no desagradase a ninguna?
¿qué sino eso es aprender un comportamiento cívico? ¿cómo se
puede aprender civismo sin ciudadanas? ¿cómo se pueden aprender
conductas sociales en solitario?
Ellas se empeñan en
enseñar reglas a sus hijas previamente y esperar que al
socializarse, al encontrarse en las situaciones que en casos
supuestos les enseñaron, las empleasen y respetasen. No deben
entender la validez de que se vean en cada situación viendo las
demandas sociales de cada momento. Tal vez sea de ese mismo modo como
aprenden a socializar en pareja. Sí, seguramente sea por ver ese
ejemplo desde pequeñas, por lo que lo reconstruyen, seguramente
porque se les habla de lo idílico de cada situación, de la
perfección de ellas. Deben estar haciendo lo mismo en todos los
sentidos educativos. Pero... ¿quién les habrá metido en la cabeza
de que lo perfecto es deseable? Y ¿quién o qué les habrá hecho
creer que lo que ellas creen perfecto realmente lo es? Desde luego la
perfecta, la ideal de sus sociedades, no parecía tener mucha lógica
para nuestra forma de entendernos como sociedad.
Recuerdo que al llegar a
este punto de la conjunta reflexión que hacíamos mediante una
interrogante discusión con una ser de una cultura tan diferente,
alguien le espetó:
- Entonces, si en vuestra
sociedad mantenéis relaciones sexuales en pareja, convivís en
pareja, educáis en pareja, etc. ¿Cómo es que, como has comentado
algunas veces, una parte de la pareja se escabulle para ver a otras
amistades? ¿Cómo es que mandáis a vuestras hijas a la escuela a
que sean educadas en entornos sociales de más de dos? ¿Cómo es que
se dan relaciones extra matrimoniales?
- Mmmm... Bueno, claro
que se dan. No sé la verdad. Nunca entendí el valor de la pareja
como ente cerrado. No sabría que responderte la verdad.
- Empiezo a pensar que
solo tú que estás ahora aquí con nosotras, que has llegado hasta
aquí en el camino, podías conseguir llegar a Arreit. Sobre todo, en
vista de que la gente de tu planeta parece que no fuese capaz de
vislumbrar el valor de hacer las cosas de un modo diferente al que
tradicionalmente han hecho.
- Si hemos de ser
sinceras, aquí, por lo que yo recuerdo de lo que cuentan nuestras
antepasadas y recogen las bases de datos y textos antiguos, que
nuestra sociedad tenía cierto símil con la vuestra. Pero hace
muchísimo de eso... tampoco sabría decirte en qué momento aquello
empezó a cambiar. - Me vi obligada a decir en vista de la cara de
frustración que empezaba a dibujarse en la cara de aquella que, sin
estar de acuerdo con lo que su sociedad marcaba, parecía sentirse
muy lejos de ella en ese momento, casi parecía añorarla al sentirse
sola explicando algo que le resultaba tan ajeno a la vez que
familiar.
- Sí claro, en todos los
lados, continuamente, se va evolucionando, es ese exactamente el
significado de esa palabra. Pero, de todas formas, no tengo muy claro
que tal y como ella nos dibuja la sociedad terrícola pueda llegar a
ser algo parecido a la nuestra. Sobre todo cuando la gente allí
parece no querer mirar más allá de su propio ombligo, cuando tienen
tanto miedo unas de otras que no pueden compartir la comida, cuando
siente la necesidad de engañar a quienes aman para no hacerles daño,
pues socialmente no les está permitido hacer lo que individualmente
desean. - Volvió a sugerir la misma y a lo que otra respondió:
- Bueno, en mi opinión,
cualquier sociedad, al igual que cualquier persona y, sobre todo por
estar compuesta de ellas, tiene la capacidad de evolucionar hacia
donde ellas y sus mentes sean capaces de hacerlo. Y, normalmente, sus
mentes evolucionan hasta donde su imaginación es capaz de llevarles.
Siendo necesario, únicamente unas pocas veces, un pequeño
empujoncito. Pudiera ser que volviendo ella a La Tierra lo hiciese
posible.
- ¿Cómo iba a ser yo
capaz? - Preguntó la preciosa terrícola con un tono dubitativo.
Sin embargo, yo estoy
segura de que, pese a la pregunta, ella vio en ese momento la
necesidad de volver, pesase lo que le pesase abandonar nuestro
planeta. La vi completamente sumida en sus pensamientos a partir de
aquel comentario... nosotras seguimos discutiendo un rato más sin
que volviese a participar, pero sin sus comentarios, nuestras ideas
no distaban tanto como para continuar aquella discusión. Tuvimos que
dejarlo y volvernos a casa. Además, ya había empezado a caer la
noche.
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