2010/08/20

Recordando la tarde en la Ludoteca

Bajo el marco de aquella puerta, pensativa, empecé por unos minutos a recordar momentos anteriores en los que habíamos estado juntas, preciosos momentos que resultaron hermosos por su sencillez, por su espontaneidad, porque no pudieron ser de otra forma. ¿Qué había hecho que ese momento bajo el marco de la puerta de su habitación le crease un terror tan abismal que lo empujase a separarse de mí?
¿Por qué motivo no sintió ese celo en la ludoteca cuando se fue a hacer el té dejándome con tan interesantes y bellas contertulias? ¿Por qué no se planteaba por qué yo nunca había sentido celo alguno cuando ella iba, venía o hacía lo que le venía en gana?
La verdad es que la de la ludoteca fue una estupenda tarde. Fue increíble como tras varios días con ella, en diferentes sitios y situaciones, finalmente cuando yo tomé la iniciativa y por no esperarselo desarmé su coraza de prejuicios; pudiendo disfrutar así, finalmente, con aquel hermoso cuerpo que me había fascinado desde el día en que entró con mi antigua profesora por la puerta de la cocina de casa. Me gustó ver que se rindió, al fin, a las preocupaciones, al hacerle saber que no tenía nada por lo que angustiarse. Incluso, sin verme, pues no llegó a darse la vuelta hasta que decidimos salir a seguir charlando con nuestras amigas y compañeras de clase, no dio síntomas de tirantez, miedo o repulsa alguna a quien le tocaba; no le importó quien fuese. Sí, estoy segura que me identificó en el susurro de mi voz; pero también estaba segura muchos días antes de que me deseaba y no por eso se relajó ni accedió a mí antes. Además, antes de tratar de decirle nada, ya había acariciado y besado su desnudo cuerpo. En absoluto le preocupó quién era quien a sus espaldas la amaba; no había ningún sentimiento de pertenencia, aquella terrícola no se sentía posesión de nadie y, creía saber sin duda, que no llevaba el tiempo ni la cercanía suficiente como para poseer a nadie.
Ahora estoy segura de que, en el momento en que huye de mi habitación, todavía no es consciente de que en Arreit la posesión tanto de objetos como de personas no es una cuestión de tiempo, sino de imposibilidad. Pero, ¡ah! Las terrícolas siempre tienen que poseer, víctimas de su egoísmo. Egoísmo que, a su vez, les produce celos, por lo que poseen otras, por lo que han de compartir, por lo que sin ser suyo y sin poder serlo, por ser personas, individuales, con identidad propia, desean adquirir. Un límite más. Un muro al rededor de su libertad que las vuelve esclavas de sí mismas. Deben pensar que así están más cerca y por más tiempo de la persona que aman. No quieren ver que cuanto más presas son de sí mismas en ese sentido, menos tienen para decirse, menos para compartir, menos tiempo común para hacer algo juntas. No se dan cuenta que cuanto más posesión son, menos se poseen a sí mismas, a su vida, a su libertad. Es una lástima que entiendan el amor en números clausos.
Aquel día no eramos dos, no eramos ella y yo, eramos ella, yo y todo, todos los personajes, los lugares, las personas. Todo. Todo lo que nuestra imaginación pudo añadirle morbo y placer a ese momento. Sin embargo, ni ella ni yo sentimos que estábamos engañándonos la una a la otra. Tal vez porque estaba en nuestras mentes. Tal vez piensen las terrícolas que al no verse, no palparse, no pueden ser acusadas de engaño. Maldita doble moral la de las terrícolas. Si se vé está mal, sino, dicen eso de “ojos que no ven, corazón que no siente”. Tan solo se engañan a sí mismas. A nosotras en Arreit no nos da por eso. Desde luego, cuanto más hablo con ella, cuanto más discutimos entre mis conciudadanas sobre sus comportamientos, sus costumbres, más nos gustan las nuestras. Nunca nos inmiscuimos en la vida de nadie, no lo necesitamos, nunca coartamos la libertad de ninguna otra de nosotras, no nos hace ninguna falta. ¿Por qué no pueden sentir ellas esta no-necesidad?
Cuando volvimos del almacén a la mesa con las demás contertulias, tras una breve conversación sobre lo sucedido empezamos a hablar sobre las relaciones interpersonales. Ella nos comentó que en su planeta, la forma más habitual de relación era por parejas, es decir, de dos en dos. Por lo visto las relaciones interpersonales en las que pudiera darse una relación sexual que se apartase lo más mínimo de las caricias que pudieses dar en el día a día, debían ser en pareja. Si no los celos, los miedos, los tabús solían aparecer.
Incluso, basándose en esa pertenencia sexual dual, las relaciones de convivencia que establecían eran también en pareja; siendo de este mismo modo gran parte de sus relaciones sociales posteriores. Es decir, una vez se conformaban en parejas para la convivencia, generalmente era así, en pareja, como se socializaban, como conocían a otras parejas, a otras personas, ya fueran del trabajo de una u otra parte del dueto, o bien otras progenitoras de las que acompañaban en los centros de aprendizaje a sus hijas. A mi me maravillaba su sorpresa cuando le explicábamos que, como hasta ahora había podido observar, aquí las relaciones las establecían las personas. No existían instituciones conformadas por grupos de personas que condicionasen la prioridad del individuo en el sentido de la relación, como parecía pasar en La Tierra; al igual que no se daba prioridad a ninguna institución pues la comunidad la conformaban las individuas que allí cohabitaban y que eran las prioritarias para el interés común, pues todas las demás eran tan importantes como una misma. Era un principio básico, el de la “empatía” como se empeñaba en llamarlo la terrícola y que, para nosotras, no tenía nombre. Simplemente era así.
De igual modo, era extraño, la necesidad que tenían las terrícolas de afianzar y controlar esas parejas que establecían. Nos contó que incluso tenían que dejar constancia escrita de aquel acuerdo contractual y que, originalmente, era de por vida. ¿Cómo podía saberse al crear una relación si sería de por vida? ¿acaso no era condicionar el fluir de la relación el establecimiento de cuando debía o, incluso, si podía terminar o no? ¿Por qué? ¿Para qué? No obtuvimos respuesta, la verdad es que creo que ni siquiera a aquella extranversa le parecía algo lógico.
En cuanto a la educación de la progenie, ¿por qué habían de reducir a dos los educadores cuando toda la sociedad podía enseñarles cosas interesantes a sus hijas? No sería la primera vez que aquella terrícola viese a alguien haciendo un agujero, dejar de hacerlo porque alguna o varias niñas le preguntasen qué y por qué estaba haciendo lo que hacía. Todas, siempre, tenían tiempo para dejar lo que estuviesen haciendo y explicar a las demás porqué lo hacían. Y cuando se refería al cuidado, si entre nosotras hacíamos comida y nos deleitábamos haciéndola y compartiéndola entre nosotras ¿cuanto podría costarnos compartirla con sus hijas estuviese o no quien la parió delante? ¿Acaso el comer con gente diferente no las ayudaba a determinar un patrón de comportamiento que no desagradase a ninguna? ¿qué sino eso es aprender un comportamiento cívico? ¿cómo se puede aprender civismo sin ciudadanas? ¿cómo se pueden aprender conductas sociales en solitario?
Ellas se empeñan en enseñar reglas a sus hijas previamente y esperar que al socializarse, al encontrarse en las situaciones que en casos supuestos les enseñaron, las empleasen y respetasen. No deben entender la validez de que se vean en cada situación viendo las demandas sociales de cada momento. Tal vez sea de ese mismo modo como aprenden a socializar en pareja. Sí, seguramente sea por ver ese ejemplo desde pequeñas, por lo que lo reconstruyen, seguramente porque se les habla de lo idílico de cada situación, de la perfección de ellas. Deben estar haciendo lo mismo en todos los sentidos educativos. Pero... ¿quién les habrá metido en la cabeza de que lo perfecto es deseable? Y ¿quién o qué les habrá hecho creer que lo que ellas creen perfecto realmente lo es? Desde luego la perfecta, la ideal de sus sociedades, no parecía tener mucha lógica para nuestra forma de entendernos como sociedad.
Recuerdo que al llegar a este punto de la conjunta reflexión que hacíamos mediante una interrogante discusión con una ser de una cultura tan diferente, alguien le espetó:
- Entonces, si en vuestra sociedad mantenéis relaciones sexuales en pareja, convivís en pareja, educáis en pareja, etc. ¿Cómo es que, como has comentado algunas veces, una parte de la pareja se escabulle para ver a otras amistades? ¿Cómo es que mandáis a vuestras hijas a la escuela a que sean educadas en entornos sociales de más de dos? ¿Cómo es que se dan relaciones extra matrimoniales?
- Mmmm... Bueno, claro que se dan. No sé la verdad. Nunca entendí el valor de la pareja como ente cerrado. No sabría que responderte la verdad.
- Empiezo a pensar que solo tú que estás ahora aquí con nosotras, que has llegado hasta aquí en el camino, podías conseguir llegar a Arreit. Sobre todo, en vista de que la gente de tu planeta parece que no fuese capaz de vislumbrar el valor de hacer las cosas de un modo diferente al que tradicionalmente han hecho.
- Si hemos de ser sinceras, aquí, por lo que yo recuerdo de lo que cuentan nuestras antepasadas y recogen las bases de datos y textos antiguos, que nuestra sociedad tenía cierto símil con la vuestra. Pero hace muchísimo de eso... tampoco sabría decirte en qué momento aquello empezó a cambiar. - Me vi obligada a decir en vista de la cara de frustración que empezaba a dibujarse en la cara de aquella que, sin estar de acuerdo con lo que su sociedad marcaba, parecía sentirse muy lejos de ella en ese momento, casi parecía añorarla al sentirse sola explicando algo que le resultaba tan ajeno a la vez que familiar.
- Sí claro, en todos los lados, continuamente, se va evolucionando, es ese exactamente el significado de esa palabra. Pero, de todas formas, no tengo muy claro que tal y como ella nos dibuja la sociedad terrícola pueda llegar a ser algo parecido a la nuestra. Sobre todo cuando la gente allí parece no querer mirar más allá de su propio ombligo, cuando tienen tanto miedo unas de otras que no pueden compartir la comida, cuando siente la necesidad de engañar a quienes aman para no hacerles daño, pues socialmente no les está permitido hacer lo que individualmente desean. - Volvió a sugerir la misma y a lo que otra respondió:
- Bueno, en mi opinión, cualquier sociedad, al igual que cualquier persona y, sobre todo por estar compuesta de ellas, tiene la capacidad de evolucionar hacia donde ellas y sus mentes sean capaces de hacerlo. Y, normalmente, sus mentes evolucionan hasta donde su imaginación es capaz de llevarles. Siendo necesario, únicamente unas pocas veces, un pequeño empujoncito. Pudiera ser que volviendo ella a La Tierra lo hiciese posible.
- ¿Cómo iba a ser yo capaz? - Preguntó la preciosa terrícola con un tono dubitativo.
Sin embargo, yo estoy segura de que, pese a la pregunta, ella vio en ese momento la necesidad de volver, pesase lo que le pesase abandonar nuestro planeta. La vi completamente sumida en sus pensamientos a partir de aquel comentario... nosotras seguimos discutiendo un rato más sin que volviese a participar, pero sin sus comentarios, nuestras ideas no distaban tanto como para continuar aquella discusión. Tuvimos que dejarlo y volvernos a casa. Además, ya había empezado a caer la noche.

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