2010/03/19

Primera Semana en Este Extraño Planeta

Aquel primer paseo hasta la zona habitada más cercana en lo profundo del valle, en la linde de un  rio al que se le unían varios pequeños riachuelos que bajaban de aquellas pronunciadas montañas, fue un tanto extraño. En parte porque me costaba seguir a nado con mi buzo y escafandra a un ser preparado para moverse sin ataduras por aquel basto oceano; y, por otra parte, porque la tranquilidad que transmitía aquella arreitcola chocaba frontalmente con la intranquilidad innata que me caracterizaba. No únicamente por el temor de mi muerte sino, más bien, por la curiosidad de saber que podría aprender muchísimo de aquellas personas sin ser el tiempo lo que contaba, en aquel momento, a mi favor.

Yo estaba a ex-portas de la muerte, confiando ciégamente en un ser que decía haber dicho a una conocida "mi problema" y, siendo ella, la que se ofreció voluntaria para traerme aquellas bombonas a las que yo, sin ayuda, no habría sido capaz de volver por la desorientación que sentía en aquel novedoso planeta; mi vida estaba confiada a ellas. Realmente: Subrealista. Esto en la Tierra no me habría pasado.

Aunque si lo enfocasemos como ella dijo, podría ser que ese fuese exactamente el motivo por el que emprendí el viaje, ¿quién hubiese sabido, hasta ese momento, por qué motivo partí? Yo desde luego hasta que no lo hablé con nadie ignoraba, completamente, lo que me impulsó a hacerlo. Pero, ¿qué duda puede caber ahora que tuvo que ser por ese preciso motivo?

Pensando, pensando... llegamos hasta su habitáculo que, para mi sorpresa, era una casa al uso. Es decir, ¡era igual que nuestras casas!  Bueno, al menos eso me pareció en un primer vistazo. Las casas constaban de varias habitaciones (al menos la de ella) en la que vivían varias arreitcolas más, compartiendo el piso. Tenía un baño que, en otras casas, por lo visto, eran varios, una cocina con dos puertas que comunicaba su casa con la de las vecinas. Y, en la parte más meridional, teniendo a un lado la cocina y el baño y, en otro, las habitaciones, estaba un grandísimo salón insonorizado en que, el ruido, no afectaba al resto de las habitaciones. Era un salón con varías puertas cerradas que, en principio, no me dejaron muy claro a dónde llevaban. Quizas debería haberlo preguntado.

Resultaba curioso ver cómo a la mañana, al mediodía y a la noche coincidían con algunas de sus vecinas en la cocina-comedor, como intercambiaban experiencias del día; compartían sensaciones de la misma o diferentes comidas que habían cocinado y, a veces, incluso las intercambiaban, compartiendo sus opiniones respecto de los talentos culinarios de las otras. Y, lo más curioso, escuchaban las mías con el mismo interés que las del resto, haciendolas valer tanto o más, por los distintos saberes que decían que yo poseía. La verdad es que no tenía yo muy claro si, realmente, poseía aquellos tan magnánimes saberes que ellas parecían ver en mi.

De todas formas, no tuve suficiente tiempo para probar todos los sabores y texturas que allí cocinaban aquella primera semana; pues pese a que el tema del alojamiento lo resolvimos fácilmente, quedandome con ella en su habitación donde había una generosa cama y allí estaban, para cuando llegamos, las diez bombonas de oxígeno. Pero, pese a solventar eso de un modo rápido y fácil, esa semana no tuvimos tiempo apenas para estar en casa. Había muchas cosas que enseñarme y, sobre todo, teniamos que hablar con mucha gente, para saber su opinión al respecto de algo que parecía tener que ver con mi futuro profesional, a lo que ella le parecía dar una importancia supina, sin que, pese a que me lo explicó, supiese entenderlo en un principio.

Me llevó a los homologos de nuestras escuelas, institutos y universidades. Realmente no parecía que hubiese mucha diferencia en cuanto a las edades de aquellas jóvenes que asistían a unos u otros grados de enseñanza de las que lo hacían en la Tiera. El profesorado era también heterogeneo, con diversidad de opiniones e ideas diferenciadas entre sí. Ella se paraba a hablar tanto con profesoras, como con alumnas, cocineras y demás persnal de dicado al mantenimiento. Por el trato, yo diría que conocía a todas ellas y, al parecer, con todas ellas tenía una buena relación.

A todas, en todos los distintos centros por los que pasamos les preguntó su opinión a respecto de que alguien venida de tan lejos les enseñase. Y, por lo que luego vería, pareció que una mayoría al menos lo aceptó. Pues al acabar el segundo día de movimiento incesante, me comunicó que mi profesión convenida con mis gustos, y con la aceptación de la comunidad, sería la de enseñante.

Volviamos a casa en silencio, ella con una gran sonrisa en la cara,  parecía más feliz que los dos días previos aunque, sin embargo, parecía inquieta. Me preocupaba, pero no me atrevía a preguntar.

En la vuelta a nuestra casa, se fue encontrando como de costumbre con ciudadanas con las que se paraba a conversar. Conversaciones que, todas ellas, empezaron por preguntarle "por qué estaba inquieta" y, tras pedirme que me acercara,  siendo varias las personas que se habían arremolinado, morbosamente según me pareció en un principio, a ver el motivo de su estado de ánimo, ella se explicó:

"Hola amigas, sí, como veis, hoy estoy inquieta, muy feliz por que la comunidad educativa ha dado el visto bueno por unanimidad  a esta nueva amiga ( la palabra "unanimidad" resonó en mi cabeza) pues entendían el poderío de alguien que viene de tan lejos y que es  bocativa su afición por enseñar; de dar una satisfactoria educación a nuestra comunidad.

Ella aun cree no saber su potencial, pero yo sé amigas mías, que si ha llegado, por un sin-camino a Arreit, su potencial es acorde a su capacidad de descubrir, de inconformar, de crecer y crear. Si hizo un sin-camino, podría, seguro, enseñarnos y crecer con nosotras. Lo sé y sé que, pese a que ella no lo tenga claro, vosotras lo veis tanto como yo.

La felicidad es doble, porque sé que la comunidad educativa tendrá un nuevo enfoque, un nuevo aporte que suplirá mi marcha. Pues con su llegada y con suma tristeza de abandonar este hermoso lugar, iré hacia nuevos lugares, a descubrir nuevas cosas, a aprender más, a enseñar allí lo que aquí y allá aprendí; a crecer con ellas.

Sin embargo, tantos repentinos cambios; podreis imaginar: me inquietan. Pero es una inquietud... como explicar, es pura excitación al volver a abrir horizontes que con mi anquilosamiento aquí, había ido cerrando. Con su llegada he entendido mi inmovilidad continuada en este último periodo de tiempo. Por eso me voy... Os añoraré, mas nunca os echaré de menos. Os quiero."

Tras largos abrazos, besos y caricias de despedida; seguimos nadando hacia casa, en silencio, pensativas. Veiamos para ambas nuevos horizontes abiertos, a mi con mi llegada, a ella con su marcha.

Se marchaba; esa misma arreitcola que me había ayudado desde un principio, esa que era parte de la comunidad educativa en la que todas, no solo parecía, le tenían aprecio. Ella que, con el simple hecho de presentarme delante de la comunidad, preguntando a todas las partes de ésta si realmente les apetecía que yo fuese una nueva parte de élla; a mi parecer, ya había hecho una labor educativa teniendoles a todas en cuenta. Y, si aceptaron, no fue porque las convenciesen o engañasen; si aceptaron fue porque creyeron en mi valía al igual que ella lo creía. Que gran presión.

Se marchaba, no sabía si hoy o mañana, si llegariamos a volver a vernos o, aquel cruce de caminos nos volvería a separar con la misma rapidez que nos hizo conocernos. Ella, a la que en menos de una semana ya pude considerar mi amiga; aquella en la que puse toda mi confianza. Se marchaba.

Los siguientes y, últimos tres días de la semana. Los dió preparando su equipaje. No resultaba sencillo por lo que me explicó, pues sin tener un destino marcado no sabía exactamente lo que podría hacerle falta, por lo que tenía que elegir únicamente las cosas más útiles en cualquier contexto.

- Y ¿qué vas a hacer con todo lo demás que tienes en esta habitación? ¿Dónde lo guardarás? - Pregunté ingenuamente. ¡Ay! Solo se me debían ocurrir a mi en Arreit aquellas estupidas preguntas.
- ¿Guardar? Las cosas tienen un uso, x, el que sea que tenga cada una. Y ese uso se da en su contexto. Si en mi marcha cambio el contexto, no me resultarán útiles esas cosas. Pero, no sólo eso. Suponte que me las quisiese llevar conmigo... ¿Puedes imaginarlo? Tú llegaste por un sincamino hasta Arreit con diez bombonas de oxigeno, dentro de una burbuja. ¿Acaso no dejaste nada en la Tierra? ¿Dónde está el resto de tu ropa que no trajiste? ¿Ves?

Era cierto, al emprender mi aventura, no me preocupé de si tendría que volver a vestirme, no me preocupé de si podría ponerme enferma, en ningún momento me imaginé que llegaría a algún lado. Dejé todo allí, en su contexto del que me alejé sin intención ninguna de volver.

Y, prosiguió, pausadamente - Cuanto más equipaje, más atadura y más peso; con lo que menos posibilidades de aventuras y de que nuevos horizontes se te abran. Vas atada a tu carga y ella crea tus expectativas y necesidades. Yo no llevo más expectativa que la de conocer nuevos lugares y, para lo cual, me basta con mi presencia y un ligero equipaje.

En esos tres días no salimos de casa, pero aun así no dejé de conocer cosas de aquel increible planeta, de aquellas extrañamente estructuradas casas.

Nadie entraba a las habitaciones del resto, salvo que la persona de la habitación le sugiriese que pasase. Nadie llamaba a la puerta de nadie. Si alguien había elegido estar en su habitación se entendía que necesitaba estar a solas consigo misma un rato y, por supuesto, se respetaba. Creo que por eso, en el primero de los tres días que dedicó a meter tres cosas en un pequeño portable, no nos molestó nadie.

Al día siguiente, mientras desayunábamos con algunas de sus compañeras de piso y compañeras de la casa vecina. Ella les explicó el motivo de su marcha y me presentó ya como su nueva vecina. Sabía que las demás me ayudarían a ver el resto de la ciudad; y sabía que, el resto, lo iría haciendo y descubriendo por mí mísma.

Fueron dos últimos días inolvidables hasta el momento de la despedida...

- Bueno, es el día, tercero de la segunda semana, primer día de mi marcha y de tu nueva andadura por las comunidades educativas según tu calendario... Es un nuevo principio.

- Creo que te extrañaré mucho. Has sido una persona increible que me ha ayudado muchísimo, que me ha abierto de par en par y con un abrazo cada puerta de Arreit... eres... Un momento, aun no me sé tu nombre...

Hasta ahora no me había preocupado de preguntarle su nombre, vaya desconsideración por mi parte, siendo ella quien me había ayudado tanto y tan generosamente.

- ¿Mi nombre? - Preguntó con tono retórico y esbozando una gran sonrisa...

Me dí cuenta de nuevo de mi torpeza. Le di un gran abrazo, acompañado de un sentido beso pero, a mi estúpida pregunta, no esperé respuesta alguna...

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