2010/11/18

El Reencuentro

Hay días que son un flechazo, que nada más ver a alguien te enamoras; no son días particulares ni singulares. Son un día como otro cualquiera, en el que se suceden todas las rutinas a las que estás acostumbrada, desde el desayuno, pasando por el trabajo, los desplazamientos hasta éste, los cursos de idiomas de la tarde  y las cervezas de última hora a la vuelta hacia el barrio con alguna amiga. Digamos que el día que a continuación se narra es un día más sin ser un día más. Es uno de esos días en que sin saber por qué ni cómo, sin salirte de tu aburrida y rutinaria vida, son diferentes. Es uno de esos en los que a nadie le preocupa dónde estuviste, ni que hiciste ni a qué hora volviste, conocen la respuesta, a la misma hora en el mismo lugar que estuviste este mismo día de la semana pasada. O que sin ser exactamente el mismo lugar, no distando tanto, no revierte interés ni emoción a la historia.

Esta historia es una de esas historias intemporales, porque pese a que narra un momento del día, nada que suceda ahí responde a un patrón temporal que importe y pese a que suceda en un espacio, hay cosas que desvirtúan el espacio hasta hacerlo carecer de interés. Es un historia ahistórica pues no tiene cronología. Todo sucede al margen del resto, al margen de la hora, al margen del espacio invadido por la mayoría. Es una historia de margen, es una historia marginal pues a nadie más, salvo a ti y a mí, le incumbe.

Estoy segura de que sabes a lo que me refiero, porque pese a que todas lo hemos debido vivir alguna vez, tan solo algunas somos capaces  de recordarlo; pero no es tu caso. Lo sé, se que tú podrás recordarlo.

En fin, aquel día en ese preciso instante, tras tanto tiempo sin vernos, sin haber vuelto a hablar, sin saber apenas la una de la otra, sin habernos vuelto a oler, a oír, a sentirnos; aquel día volví a ver tus ojos. Brillando con fulgor observaban desde la lejanía mi movimiento; unos ojos grandes, risueños y alegres como pocos; de esos que sin ayuda de nadie pueden expresarte cariño y simpatía, ternura y alegría por volver a encontrarse con los tuyos. Esos ojos que a la vez que me hablaban y explicaban, parecían sumergirme en su profundidad; parecían observar en lo más profundo de mí desde su propia inmensidad.

Nada más llegar tus labios empezaron a susurrarme en suave tono, queriendo saber el motivo de mi ausencia durante tan largo tiempo. Su melodiosa y fina voz relajaba mi agarrotado cuerpo, tenso por la falta de plácido descanso a causa de un ritmo frenético de vida. Sus melosos susurros endulzaban mi oído mientras que tu templado aliento hacía lo propio con mi oreja. Tú sabías como hacer que me relajase y, además, te esforzabas en lograrlo. Resultaba increíble, después de tanto tiempo, que volvieras a poner palabras a mis pensamientos, que llenaras de sensaciones mi exhausto y ahora insensible cuerpo.

No dudo que me echases de menos, pero no creo que pudieras hacerte una ligera idea de lo muchísimo que pudiste llegar a faltarme. Sí, soy consciente en este momento de que no soy mas que una más. Tampoco pretendí nunca ser la única que en esta efímera vida pudiera disfrutar contigo. Pero aun así, el tiempo sin vernos sin ser pesado, sin ser aburrido, resulto un tanto vacío; resulto frustrante por sentirme falto de ideas y cariño. Ahora tus ojos y tus labios me devuelven a ti, me cautivan y sumergen en tus pensamientos, en tu mundo. Estoy a gusto en ti.

Una vez al lado la una de la otra, el resto ya no importa, deja de tener sentido el espacio que nos guarda; dejan de tener importancia las que nos rodean; no tiene sentido ninguno el tiempo que sabemos, consciente o inconscientemente, que pasa. Algunas veces la querencia supera a la consciencia, a la inconsciencia e, incluso, a la apariencia. A pesar de que para el resto el tiempo aparentemente pasase, en el momento que nuestra cercanía dejó participar a nuestros brazos y a nuestras relajadas manos en el juego, el tiempo desapareció. Fue borrado de la historia, se convirtió en una vivencia ahistórica e intemporal. Fue nuestra propia historia sin cronología.

Todo mi cuerpo se iba relajando a medida que se iban sucediendo las cosas. A medida que nuestro cuerpos iban perdiendo la poca distancia que los separaba al encontrarnos, distancia que se iba acortando en el transcurso de susurros y caricias. Todas ellas se sucedían a la vez que mi cuerpo se revolvía en su propio relax. ¿Quién sabe? Pudiera ser la falta de costumbre, pudieras ser tú que, incluso dentro del agradable y soporífero relax, la excitación que me causabas, desencadenase ciertos movimientos convulsos que no acertaba a controlar. ¿Quién sabe? Quizá no hubiese querido nunca controlar esos movimientos, quizás no fueran ni siquiera controlables; seguramente, incluso intentándolo, controlarlos habría sido causante de nuestra nueva separación y ¿quién sabe por cuanto nuevo tiempo?

El control siempre es causa de separación más que de acercamiento. La controlada siente a la controladora como lejana, ajena, sin confianza. ¿Sino por qué el control? La controladora siente a la controlada como lejana, ajena, sin confianza. Por eso siente la necesidad de controlarla.

Ya lo sabías y yo ahora también soy consciente de ello, pero en el momento de nuestra separación todavía necesitaba tiempo para comprenderlo. Que agradable es ver que volvemos a reencontrarnos, hoy, aunque pudiera haber sido cualquier otro día, o noche.

A pesar de todo, estábamos de nuevo juntas, por mi parte sumida en un descontrol absoluto de los sentidos; tú, por la tuya, haciéndome ver y sentir nuevas realidades, nuevas sensaciones y emociones.

He de decirte que tienes uno de los más hermosos dones: El de la sonrisa. Tu amplia y sincera sonrisa cada vez que hablamos; esa sonrisa que inspira mis sueños; sueños que me llenan de nuevo de ilusiones, de proyectos; sueños que me recuerdan palabras en desuso que vuelven a dar forma a ideas, viejas y nuevas. Ideas que sin ti parecían tener tanto sentido como tienen ahora, para nosotras, el tiempo o el espacio o, siquiera, el resto del mundo. Vuelven a tener vida, a través de ti, cual túnel que tendría que atravesar para poder seguir mi camino. Como túneles que no debiera evitar pese a que sea la oscuridad quien guíe a través de ellos mis pasos. No temo a la oscuridad a tu lado, porque en la oscuridad te conocí y sé por ella que los colores están al otro lado. Es un corto camino, nada más unos pasos que de tu mano, por fin, descubro en tu rostro todos los colores del arcoíris al arribar a un mundo deseado.

Llévame con un beso, Oniria, al clímax esperado.

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